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Camino a los 60 años: líderes de hoy y líderes de ayer

Miguel Febles Por Miguel Febles
Miguel Febles
Miguel Febles

Los líderes dominicanos de hoy carecen de carisma, entendido este como atracción, fascinación o interés que una persona provoca en otras.

Una mirada sobre partidos políticos, iglesias, grupos empresariales, intelectuales y el espectáculo, deja ver este vacío de cabezas calificadas al estilo de hace unas décadas eran tenidas como referentes.

¿Será esta una carencia cierta o un síntoma de algo notable? Digamos que sí, porque estos son otros tiempos.

Cuando han sido necesarios líderes carismáticos, han surgido, y cuando desaparecen las causas de su origen, se horizontalizan los caracteres, se diluyen.

Si no hay líderes de gran calado es porque la sociedad vive su día a día sin grandes miedos o el sistema es liderado desde fuera. ¿Por quién? Por la Internet, o a través de ella digamos, por los líderes de las nuevas formas de la opinión desde los grandes centros del entretenimiento, las extravagancias y las mentiras.

Los dos que en estos tiempos han estado cerca de las cotas de la fascinación proceden de la política y ya se le salieron a la población: Leonel Fernández e Hipólito Mejía.

El ocaso de Bosch, Joaquín Balaguer y José Francisco Peña Gómez los acogió como relevos, pero ya se les trata como si no se les necesitara.

En el intenso período iniciado con la muerte violenta de Trujillo y cerrado con las elecciones del 16 de mayo de 1966, que pusieron fin a la crisis del poder, hubo dirigentes carismáticos a los que vimos actuando en la guerra del 65.

Estuvo Bosch, si no en persona, en la Constitución del 63; Elías Wessin, instrumento del golpe de Estado del 63; Antonio Imbert Barrera, matador de Trujillo, buscador insistente de vías de poder, a quien se le tenía más miedo que admiración, y Francisco Alberto Caamaño, puesto a la cabeza del bando popular de la guerra por su temperamento adrenalínico, el cual volcaría sobre su cabeza y sus gónadas la jefatura de un estallido que tuvo una solución al estilo de la política cuando entre todos mojaron la pólvora.

De estos jefes, surgidos porque había habido un 30 de mayo del 61, el más fulgurante fue Caamaño, que en cuatro días fascinó y espantó, al que se le reconocía valor personal, no se le atribuía interés material ni de poder en su participación en el conflicto, pero por estas mismas razones el de más frágil sustento.

Por no tener, carecía hasta del partido de entonces de Bosch, el PRD; le faltó el apoyo de un cuerpo militar a pesar de que tuvo algunos a su lado, y el sector oligárquico, con sed de poder, se alió con Imbert. Por no tener en qué apoyarse, posiblemente ni en las trincheras del rincón de la Capital, a donde fue a dar la “revolución del 65”, podía confiarse.

El carisma de Caamaño le sobrevive en la imaginación de la gente de aquellos días, pero sigue careciendo de sustento político en cuanto la política es poder.

La sociedad dominicana no soportaría a Caamaño. Su deriva por el fidelato lo aisló de la clase media, que lo decide todo en el país.

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