Camino a los 60 años: cotidianidad ayer y hoy
A propósito de la guerra del 65, una pregunta esta vez para iniciar, con la intención de poner a pensar a los dominicanos que tienen más de 80 años y acaso a una parte de los cinco o seis millones con 15 y menos de 65 que hoy pueblan el país.
¿De qué está hecha la vida diaria de un dominicano de hoy y de qué la de uno del lapso 1961—65?
Según el censo de 1960, en la Capital vivían 369,980 personas y el de 1970 cuenta 668,507.
Con estas dos cifras a la vista digamos que el 65 la población del Distrito Nacional podía ser de 520 mil personas, unos cien mil más que Santo Domingo Oeste y cien mil menos que Santo Domingo Norte.
Unos diez años antes había empezado la aceleración de lo urbano y los campos empezaban a vaciarse. La Calle del Conde era entonces la principal vitrina de los capitaleños, la gente caminaba a pie grandes distancias y los marchantes del sur corto entraban a la ciudad a caballo con sus cargas de carbón vegetal, viandas y el mango unas veces rosado y otras amarillo con su aroma característico: ¡el banilejo!
El teléfono era un bien escaso, la radio de amplitud modulada era el medio de comunicación más extendido, los periódicos eran vendidos al pregón y la política seguía siendo una actividad apasionante, capaz de unir a todas las clases sociales, convencidas entonces de que era la vía para concretar las aspiraciones de unos y aliviar la pobreza de otros. Hacía apenas cuatro años que el pueblo dominicano se había apropiado masivamente de la política a partir de la irrupción de Juan Bosch en la vida nacional.
Entonces el alumbrado de muchas casas, incluidas las de pueblos y ciudades, se hacía sobre la base de lámparas de kerosene —a veces jumiadoras—, la mayoría de los huevos llegaban del campo, así como el pollo, que era criado libremente.
Hoy todo esto es desconocido por la generalidad de la población, que acaso piensa en la Lincoln, la Churchill y los restaurante del denominado Polígono Central de la ciudad como el espejo ante el que todos quieren ir a mirarse, las torres de apartamentos de la Anacaona como lo mejor para vivir, el gas propano, las estufas y la energía eléctrica al alcance de la generalidad, inclusive en comunidades rurales, y la política como una actividad sin la que se puede vivir perfectamente.
La guerra del 65 fue el momento cumbre y doloroso de la lucha por llenar el vacío dejado en el Poder por la desaparición de Trujillo.
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