Los seres humanos nos pasamos la vida buscando la felicidad, y de una manera tal que, para no desviarnos en el camino hacia ella, nos tornamos insensibles a la infelicidad de los demás. La buscamos con tantos arrojo que a veces mentimos con tal de acercárnosle.
La buscamos con tanta desesperación que llegamos al límite de la crueldad. Entendemos, incluso, que vale la pena ensuciar la conciencia si ese es el precio por ser feliz.
Tal vez lo justo sería que alguien capaz de dar tanto por la felicidad, sea feliz; que alguien capaz de olvidar cuál es la barrera entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, en busca de la felicidad, sea feliz.
Pero la verdad es que una persona insensible no puede ser feliz, una persona mentirosa no puede ser feliz, una persona cruel no puede ser feliz. Pues ni el insensible es feliz de su insensibilidad, ni el mentiroso de su falta de veracidad, ni el cruel de su crueldad. Por esas razones nunca podrán ser felices.
La felicidad es un estado mental muy sencillo y fácil de comprender. La felicidad viene de la felicidad, no de la opulencia.
Y es así que el feliz, haciendo lo que le hace feliz, siempre tendrá todo lo necesario para ser feliz.
Paremos de “buscar” la felicidad, mejor tomemos la decisión de “ser” felices. La felicidad no viene de afuera, está dentro.