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Buenaventura

Las constituciones reales viven mediante las instituciones de cada pueblo, que en casos tristes como el nuestro a veces son distintas a lo expresado en la ley suprema.

Felices los pueblos como los del Reino Unido, que careciendo de una Constitución escrita, sin embargo, disfrutan un admirable régimen legal con adecuada tutela judicial de los derechos civiles, políticos y humanos.

La construcción del espíritu de las sociedades depende mucho de cuáles próceres escoge el pueblo como figuras modélicas y héroes auténticos. Por eso nuestro virtuoso Félix María Delmonte, a quien “le faltaba del aquel” según Santana, decía: “¡Ay de los pueblos que no conservan el recuerdo de sus grandes hombres!”.

Esa frase premonitoria sobre la mezquina amnesia de historiadores y políticos la recuerdo cada día de la Constitución por el imposible e inclemente olvido del constituyente Buenaventura Báez. Trajo precisamente del Londres de finales de la Ilustración y el París posrevolucionario, capitales donde estudió, ideas políticas muy avanzadas para su época y circunstancias.

Representó a Azua en Puerto Príncipe en la Constituyente de 1843, reclamando al racista gobierno de Haití —siendo hijo de exesclava puramente negra— reconocer derechos a blancos y dominico-españoles de Santo Domingo. Tras la separación de febrero de 1844, fue autor del reglamento interno de nuestra primera asamblea constituyente en San Cristóbal.

Propuso la inamovilidad e inmunidad parlamentaria para los representantes por sus opiniones. Dirigió el rechazo al primer empréstito foráneo, procurado por Santana, lesivamente oneroso. Encabezó las protestas infecundas contra el infame artículo 210, calificándolo valientemente como la primera puñalada a la institucionalidad democrática dominicana.

Otros constituyentes como Valencia o Bobadilla puede que hayan sido igualmente relevantes, pero ninguno tanto como Báez, por más que lo ninguneen.

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Abogado, periodista y escritor dominicano.

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