Breve lección de redacción y la prosa del poeta

Breve lección de redacción y la prosa del poeta

Breve lección de redacción y la prosa del poeta

Alex Ferreras

A un estudiante de redacción principiante el profesor le pide que construya oraciones cortas y sencillas. El aprendiz debe tener presente todo el tiempo su estructura básica, es decir, el sujeto y el predicado, a secas.

De esa forma evita perder el enfoque de su escritura. Se espera que mantenga el mismo esquema de oración en oración y de párrafo en párrafo.

El sujeto, lo mismo que el predicado, deben girar en torno a la oración principal de una manera muy estrecha, siendo ella la que contiene la idea principal del párrafo.

Esta unidad o subdivisión fundamental de la escritura es un conjunto de oraciones que expresan un pensamiento completo.

Por lo que respecta a la longitud definitiva que debe tener un párrafo, todavía lingüistas de diferentes escuelas no se ponen de acuerdo.

Unos dicen que ha de ser tan corto de una oración como tan largo de diez oraciones; otros, afirman que debe ser de cinco oraciones como mínimo, a doce oraciones como máximo. Más adelante, se inicia todo el proceso de redacción, también con otras reglas muy claras y fijas, que no es el caso analizarlas aquí por la naturaleza breve de este artículo.

Cada párrafo consta de la oración principal, y esta a su vez por oraciones accesorias que le sirven de apoyo, tales las que expresan los ejemplos, las evidencias, las razones, los detalles y las citas que la refuerzan. La oración principal puede estar en el principio, en el centro o al final del párrafo.

Al estudiante se le sugiere que la escriba al inicio.

Después que gane experiencia, puede jugar con las diferentes posiciones en que ella puede estar colocada.

Finalmente, el estudiante escribe una oración que concluye el párrafo. Pero este tiene una serie de características, como son la unidad, el soporte, la coherencia, y las destrezas en escribir oraciones.

El párrafo se divide por igual en diferentes tipos, como son el descriptivo, el narrativo, el de comparación y contraste y el de causa y efecto.

Por último, el profesor crea ejercicios para revisar la consistencia y los procedimientos paralelos con que el estudiante mantiene las ideas que desarrolla.

Es aquí donde entra en materia el aprendizaje de los signos de puntuación, que vendrían a ser cuales señales de tránsito de la escritura, o sea, las que le indican al estudiante cuándo y por dónde empezar, cuándo “reducir velocidad” y cuándo detenerse, así como el uso de los nexos o enlaces, que le permiten: primero, moverse de una parte a otra de su práctica escritural; segundo, valorar la relación que hay entre ellas; y tercero, ver el vínculo que hay entre las oraciones y los párrafos entre sí, todos, nuevamente, en función de la oración principal.

El estudiante de redacción en sus comienzos debe tener dominio de las conjunciones coordinativas, o sea, las copulativas (y, e, ni), las disyuntivas (o, u), las adversativas (pero, mas, sino, antes bien, y otras), etc., para mantener la unidad interna en las oraciones.

Una vez desarrolla esa destreza, entonces pasa a otro nivel, el del uso de las conjunciones subordinativas, es decir, las sustantivas o completivas (que, para que, a fin de que…) y las adverbiales o circunstanciales, como son las causales (porque, puesto que, ya que), las consecutivas (por consiguiente, por lo tanto, en consecuencia, como resultado, luego, así que), las condicionales (si, como, siempre que), las concesivas (aunque, aun cuando, por más que), y demás.

Por lo regular, cada conjunción coordinativa tiene su contraparte en las conjunciones subordinativas. El dominio de esta clase de conjunciones indica una determinada madurez de estilo en la escritura del estudiante.

Significa que ya está en capacidad de dar énfasis, densidad, profundidad y variedad a su pensamiento.

Tanto puede alargar como acortar las oraciones de forma alternativa. El escritor propiamente dicho, se mueve en este plano. Y si es poeta, esto es, un artista de la palabra, ni decir.

Es justamente sobre este punto donde queremos llamar la atención: el lenguaje del poeta es connotativo, vale decir, es multívoco y lleno de asociaciones de ideas. Uno de sus fuertes, como sabemos, es el uso de las figuras retóricas o del lenguaje.

Con estas el poeta, que también es prosista, se desvía del uso convencional en que se usa la lengua, ora para llamar la atención sobre algo, ora para hacer hincapié en conceptos o ideas, ora para impresionar, ora para exponer una idea que tenga un efecto memorable. Entre esas figuras, además de las ya conocidas, se destacan las alusiones, las perífrasis, los eufemismos y las digresiones, que dan la impresión como si él se saliera de foco, y no necesariamente es así.

El poeta nunca deja de ser tal cuando usa la lengua en otro nivel o registro de habla. Volvemos a insistir en la idea de que en su discurso él sabe lo que hace, por qué lo hace, y cómo lo hace.

Domina ampliamente la mecánica de la escritura arriba señalada. Conoce del efecto retórico y de las técnicas estilísticas especiales que él puede usar con gracia en su discurso.

Claro está, nos referimos al poeta por naturaleza, no el que es, por lo tanto, “enganchado” a escritor, o a crítico, ni el que da tumbos, ni salta, ni el que improvisa con su pluma, su tinta y su papel.

Si el verdadero poeta y escritor apuntara a hacer esto último, es decir, el de intentar hacer algo sin haberse preparado de antemano, alguna razón instrumental podría motivarlo, pero no porque no tenga dominio de lo que es la materia prima de su oficio: las palabras.

 



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