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Brasil sigue con mala economía

Brasil tiene una economía estancada y la inflación en altos niveles. De manera que recurrir a medidas populistas como reducciones de impuestos, subsidios y generosos salarios para impulsar el crecimiento ya no parece viable.

Aunque la presidenta Dilma Rousseff obtuvo la reelección demonizando a los socialdemócratas que proponían la austeridad, sus primeras decisiones luego de los comicios fueron aumentar el precio del combustible y la electricidad y la tasa de referencia para los préstamos. “¡Fraude electoral!”, gritó la nube azul.

La realpolitik es el motivo más probable.

Rousseff, que estudió economía, sabe bien que no puede insistir en rechazar todas las normas de la economía de mercado.

“Tenemos que hacer los deberes”, les dijo a los periodistas. Puede que esto no fascine a los rojos, pero podría ayudar a Brasil a sacar algo bueno de su embrollo.

El infierno político es lo habitual en Brasil, pero no del tipo que genera la guerra ideológica.

Después de todo, Brasil es una cultura fluida donde el acomodamiento ingenioso y la rendición estratégica -piensen en el samba y el fútbol- se imponen al choque frontal.

(¿Cuántos otros países conquistaron la independencia y destronaron a un monarca sin disparar un solo tiro y luego orquestaron un golpe militar por teléfono y sin tanques?)

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