Branko Milanovic tiene una extensa trayectoria analizando la desigualdad económica y el desarrollo en el mundo.
Fue economista líder del Departamento de Investigación del Banco Mundial por casi 20 años, además de analista y académico en centros de estudio y universidades en EE. UU. y Europa.
A sus 66 años, el serbio-estadounidense es profesor en la City University of New York (CUNY) e investigador senior del Stone Center on Socio-economic Inequality.
Entre sus libros más recientes están «Global Inequality: A New Approach for the Age of Globalization» y «Capitalism, Alone: The Future of the System That Rules the World», publicado a fines del año pasado.
En diálogo con BBC Mundo analiza los efectos de la pandemia de coronavirus, la evolución del capitalismo, el estallido social en Chile, el «sueño americano» y la muerte de George Floyd.
Esta entrevista fue editada con fines de concisión y claridad.
¿Cuál es su análisis sobre el estallido social en Chile a fines del año pasado?, ¿qué revela sobre el país sudamericano?
Chile ha tenido un éxito indiscutible en su tasa de crecimiento económico. En las últimas décadas se ha vuelto más rico, ingresó a la OCDE y es percibido internacionalmente como un país más eficiente, menos corrupto que otros y con una sociedad moderna, al punto de ser considerado el «poster boy» del éxito del neoliberalismo.
Incluso se le reconoce por su democracia, después de que dejara atrás la mala época del gobierno militar de Augusto Pinochet.
Sin embargo, de lo que no se escribe tanto en el exterior, es que muchas de las características sistémicas del país quedaron establecidas en la Constitución aprobada en la época de Pinochet.
Muchos servicios sociales fueron privatizado, como por ejemplo, el sistema de pensiones. Al principio fue considerado un gran éxito, hasta que la gente se dio cuenta de los resultados no eran lo que se esperaba. Esa es una de las razones que explica por qué la gente está tan molesta.
Lo mismo pasa con la educación, la salud y los extremadamente altos niveles de desigualdad que hay en el país. Chile es uno de los países más desiguales en América Latina.
Y además de la desigualdad de ingresos, tiene una alta desigualdad en la distribución de la riqueza. Entonces con las protestas apareció la cara oculta del país.
Pero los indicadores sociales han mejorado en las últimas décadas. El país, por ejemplo, ha reducido la pobreza y mejorado levemente la desigualdad…
Chile ha experimentado una reducción de la desigualdad en los últimos años, eso es así. Pero la desigualdad en Chile está lejos de los niveles que tienen países más desarrollados.
Los países de la OCDE tienen un promedio un Índice de Gini -que mide la desigualdad- cercano al 35. Chile tiene un Gini mayor que el de Estados Unidos, Uruguay o Argentina.
Las protestas han mostrado que mucha gente fue dejada fuera del desarrollo, incluyendo a la población indígena.
Los más ricos de Chile ganan como los más ricos de Alemania y los más pobres como en Mongolia.
No niego que el crecimiento económico ha sido alto, pero a veces nos olvidamos que el crecimiento económico es un número promedio y eso no significa que los problemas han desaparecido.
Durante las protestas en Chile hubo denuncias sobre abuso policial. Hoy vemos una ola de protestas en Estados Unidos por la muerte del afroamericano George Floyd cuando estaba bajo custodia policial. ¿Qué dice este hecho sobre el país?
Dice muchas cosas negativas que ya conocíamos sobre el racismo sistemático en este país. Pero creo que va más allá porque estamos muy sumergidos en el presente.
Desde que comenzó el movimiento por los derechos civiles, hace más de medio siglo, hemos tenido muy pocas transformaciones en cuanto al ingreso de los afroamericanos.
Es un fracaso sustancial que en todo este tiempo no hubiera ninguna mejora. Eso no significa que no hay cada vez más afroamericanos en distintas posiciones, pero es lo que el filósofo Cornel West llama «black faces in high places»(caras negras en lugares destacados).
Figuras como Martin Luther King y más tarde Jesse Jackson tuvieron que ser tomados en cuenta, para conseguir votos. Pero ahora no veo eso. No hay una institución política que esté al nivel de lo que existía antes.
Esto hace que la voz de los afroamericanos sea más débil. La voz de un individuo, dos o tres, no es la voz de una asociación política.
Esta ola de protestas que ha recorrido el país y se ha expandido incluso fuera de Estados Unidos es algo que no habíamos visto en mucho tiempo…
Es verdad, pero creo que la razón de eso se relaciona con la insatisfacción de mucha gente con Donald Trump, primero con su cortejo hacia los supremacistas blancos y luego por esta la muerte bajo custodia policial.
Las razones que están detrás de este estallido en particular se relacionan con los efectos de la pandemia, el alto desempleo, la comprensión de que a la clase media y a los más jóvenes no les ha ido tan bien.
Lo que vemos es la punta del iceberg que precipitó el descontento y los disturbios. Las razones son más profundas y se remontan a varias décadas.
Sobre la pandemia de covid-19, ¿qué efectos puede tener sobre la globalización?
Creo que la pandemia está afectando la globalización de manera negativa. Provocará cambios en la cadenas globales de producción, dado que la gente ha tomado más conciencia sobre los efectos de un shock, que en este caso fue un shock de salud, pero que también puede ser un shock político, como hemos visto el deterioro de las relaciones entre EE. UU. y China. Si tienes inversiones, tienes un problema.
¿Y qué otro tipo de consecuencias dejará esta pandemia a nivel político y económico?
Vamos a estar peor. Vamos a perder vidas, ingresos, un retroceso en la globalización, más tensiones en las relaciones políticas entre países, malestar social.
No veo qué puede mejorar. Es un gigantesco desastre. No hay voluntad de cooperación entre Estados Unidos y China y otros líderes nacionalistas como Vladimir Putin en Rusia, como Narendra Modi en India o Jair Bolsonaro en Brasil. Los países más grandes tienen líderes que no están interesados en colaborar. Eso me deja bastante pesimista sobre lo que viene después de la pandemia.
¿Ve algún efecto positivo de la pandemia?
No veo ninguno. Lo único que podría ser de alguna manera positivo, es que reconsideremos nuestro enfoque hacia el sistema de salud, especialmente en los países ricos porque en los países ricos el sistema de salud ha sido un gigantesco fracaso, basta con mirar Estados Unidos.
¿Qué es lo que más le preocupa sobre las políticas que ha llevado adelante el gobierno de Donald Trump en estos años en la Casa Blanca, cuál será su mayor legado?
Uno de sus legados será la relación entre EE. UU. y China. Esa relación no va a regresar a lo que era antes, incluso si Trump perdiera las elecciones en noviembre.
La relación entre EE. UU. y China ha sido envenenada y eso va más allá de Trump y del Partido Republicano.
En su último libro «Capitalism, Alone: The Future of the System That Rules the World», usted se refiere al «capitalismo de la gente», ¿de qué se trata exactamente?
Hay distintos tipos de capitalismo. Uno es el que conocemos como capitalismo liberal meritocrático, donde el ejemplo es EE. UU. y el otro es el capitalismo político, donde el ejemplo es China. En el caso de China el concepto bastante similar a lo que otros llaman capitalismo de Estado.
En los sistemas capitalistas hay una gran concentración de los ingresos provenientes del capital. Y los que concentran el capital tienden a dominar el proceso político.
Una de las maneras de desconcentrar es permitirle a los inversionistas más pequeños un mayor acceso a las ventajas que tienen actualmente frente a los grandes inversionistas. Por ejemplo, que los trabajadores tengan participación accionaria.
Tenemos el concepto de «property owning democracy» (democracia de propietarios), que se podría llamar «capitalismo de la gente».
Es el capitalismo donde gran parte del capital pertenece a muchas personas, es decir, menos concentración del capital que la que tenemos ahora.
Y en ese contexto, ¿cómo ve el futuro del capitalismo?
Creo que deberíamos movernos hacia ese tipo de capitalismo. Y ese tipo de capitalismo requiere seguir varios pasos, como mejorar el sistema impositivo, especialmente el impuesto a la herencia para nivelar la cancha de juego, para que sea más pareja.
Lo otro es la educación. Si tienes buenas escuelas públicas y la educación es gratuita para todos, también creas igualdad de oportunidades. Y lo otro es el financiamiento público de las campañas electorales.
Sabemos que las cosas no son blanco o negro. Pero si tuviera que definirse políticamente en los términos que existen actualmente, ¿dónde se ubicaría?
Como usted dice no es blanco o negro y además la terminología es engañosa. Si realmente me tengo que definir, diría que soy un socialdemócrata.
Ahora bien, los socialdemócratas aceptan el capitalismo, pero plantean que si no se hacen correcciones, llegaríamos a niveles insostenibles de desigualdad. Pero incluso esto de la socialdemocracia es una simplificación.
Si miramos la evolución de la desigualdad de ingresos en las últimas décadas a nivel global, ¿ha aumentado o ha disminuido?
En el último par de décadas la desigualdad ha caído, principalmente por el ascenso de países más pobres como China, India, Vietnam, Indonesia y otros.
Este fuerte impulso en la nivelación del ingreso se explica simplemente porque países grandes como China e India han crecido más. Eso provee una gran fuerza compensatoria.
¿No es eso una señal de que el capitalismo puede funcionar?
Sí, es una señal. Podemos decir que sin globalización China e India no habrían sido capaces de crecer al nivel que lo han hecho.
Esa reducción en la desigualdad global es, hasta cierto punto, compensada con el aumento de la desigualdad al interior de esos países.
Tienes dos fuerzas que se enfrentan. La masiva convergencia de ingresos entre Asia y Occidente, y por el otro lado, el aumento de la desigualdad dentro de los países.
Pero esta fuerza compensatoria no es lo suficientemente grande para afectar la convergencia. Por eso la desigualdad global ha disminuido.
Algunos economistas dicen que si en general una persona promedio dice que vive mejor que sus padres, eso es suficiente para demostrar que el sistema funciona bien. Es decir, no es tan importante reducir la desigualdad, si finalmente con el paso del tiempo vas a progresar respecto a tu origen…
Ciertamente la gente en China está mejor ahora que hace 20 o 40 años atrás. Eso no significa que la desigualdad no es importante. Quienes utilizan esos argumentos no ven los efectos negativos de la desigualdad.
Si tienes alta desigualdad por un tiempo largo, estratificas la sociedad entre los que tienen acceso a ciertas cosas y los que no. Eso va contra la igualdad de oportunidades.
Incluso si miras China, que ha crecido tanto, aún tienes problemas de desigualdad muy profundos.
Sobre la movilidad social en Estados Unidos, ¿qué ha pasado con el «sueño americano»?, ¿aún sigue vivo?
Una posibilidad es que, técnicamente hablando, el sueño americano nunca existió.
El sueño americano se sustenta en la idea de que no importa donde hayas nacido, tendrás las mismas oportunidades que el resto.
Lo cierto es que nunca hemos tenido datos empíricos del siglo XIX o de principios del siglo XX. No estoy seguro si empíricamente ese sueño fue alguna vez real, aunque se aceptó como si fuera real.
Ahora que tenemos acceso a datos, podemos comparar el perfil de los padres en relación al de sus hijos, en cuanto a educación e ingresos. Lo que encontramos es que en EE. UU. hay una relativa pequeña movilidad social.
Hay movilidad, obviamente, pero es mucho menor que en los países socialdemócratas del norte de Europa.
Creo que la idea del «sueño americano» es una percepción sobre algo que ocurrió en el pasado, que puede o no puede ser verdad. No lo sabemos.