Bosch y algunos recuerdos no lejanos

Bosch y algunos recuerdos no lejanos

Bosch y algunos recuerdos no lejanos

No recuerdo cuántos eran, quizás seis muchachos. Vestían con sencillez, pero con corrección. Tanto en su actitud como en la forma de expresarse parecían ser muy ecuánimes.

Eran las tres, quizás las cuatro de la tarde de un sábado. Cuando se presentaron en el pequeño negocio que administraba en la calle París, me hallaba frente al mostrador junto a otros empleados. Uno de los eventuales clientes -veinticinco años, mestizo, delgado, camisa mangas largas, pelo y ojos castaños -me dijo:
-Le conozco.

-Nos conocemos –contesté.

Eran dirigentes de un grupo universitario que seguía los lineamientos de un partido político. No era su primera visita. Parecían ser muy comedidos, aunque muy rigurosos en sus exigencias.

Era el año 2003. Tomaron asiento en un banco en el que los clientes acostumbraban aguardar. Hablaban en voz baja. En algún momento preguntaron cuánto tiempo podrían irse. En unas dos horas, respondí.

Esta vez, con una sonrisa y actitud entre tímida, discreta y cómplice, quien parecía ser el de mayor jerarquía me manifestó que quería les hiciera un favor. “¿Usted podría permitirnos que, bueno… que nos tomemos un trago en lo que esperamos? Hoy es sábado”.

Le respondí que siempre y cuando fueran discretos, utilizaran vasos grandes de plástico y no exhibieran las botellas.

-Así es como somos – contestó.

Poco después, dos de ellos retornaron del colmado con litros de escocés, hielo y vasos en varias fundas. El alcohol los animó. Sin desearlo les escuché subir la voz, contarse anécdotas, hablar de sus planes.

Mientras los trabajadores plastificaban sus afiches y los adherían a la madera, permanecí en el ángulo más distante del mostrador observando el incontrolable tráfico vehicular, las personas que cruzaban por la calle París y a quienes se detenían a comprar a los buhoneros y los venduteros, o miraban curiosos hacia los establecimientos, se acercaban a formular preguntas y seguían su camino.

Lo recuerdo como ahora: el joven que negoció conmigo el trabajo abandonó un poco su compostura. Parecía ahora ligeramente exaltado.

Creo que hablaba con voz vacilante, ojos agrandados y enrojecidos de las elecciones “a celebrarse en algunos meses”, y “de nuestro próximo gobierno”. Insisto que, sin quererlo, escuché cuando dijo estas palabras:

-Ahora va a ser diferente. ¡Nada de chequecitos, de suelditos, de centavos! ¡Esta vez vamos a lo grande! ¡A lo grande!

La carcajada fue unánime. Poco después se les entregó su trabajo y, tras revisarlo, se retiraron dejando bajo el banco, muy envueltos en sus fundas, algunos litros vacíos de escocés, botellas de soda, vasos plásticos y cubos aguados de hielo.

Me vienen a la mente esos momentos mientras releo el libro recopilado por Guillermo Piña Contreras compuesto con entrevistas que se le hicieron al profesor Juan Bosch publicado en el año 2000 por Ediciones Ferilibro.

En una de estas, el venerado escritor y expresidente confiesa a Miguel Aníbal Perdomo, en julio del 1989, que desde joven poseía la suficiente sensibilidad política y social para evaluar hechos trascendentes del acontecer nacional.

“Anoche mismo”, expresa Bosch, “llegó un artículo mío escrito cuando yo tenía veinte años, en septiembre de 1929. Afirmo allí que en el Palacio presidencial se estaba creando una dictadura.

¿Por qué? Porque se había enmendado la Constitución para que Horacio Vásquez pudiera reelegirse y a mí eso me asustó”.

Al referirse a una de sus obras, “La mancha indeleble”, Bosch la describe como “el caso de una persona que cambió de posición ideológica y de posición política”.

“Hay mucha gente que cambia totalmente de idea en el campo político. Aquí los hay que hasta hace dos o tres años, por ejemplo, eran altos dirigentes del Partido Comunista Dominicano y hoy son anticomunistas a todo meter”.

El expresidente se refirió con detalle al drama de los desposeídos de la fortuna en su cuento “Los amos”, en un diálogo con su discípulo y también expresidente Leonel Fernández.

“Lo que yo quería era proyectar el dramatismo del campesino dominicano, esa miseria en que vivía. La diferencia entre nuestro nivel de vida y el de los campesinos… a mí eso me dolía mucho…”
“Cosas veredes, Sancho”, decía Cervantes.



Etiquetas