Bienvenido, abril

Bienvenido, abril

Bienvenido, abril

Permítanme darles la bienvenida al mes de abril, porque con él ya entra en toda su plenitud la primavera que, una vez más, desde el veintiuno de marzo nos visita.

Bienvenido, abril, cuya sola mención nos remite inevitablemente a acontecimientos históricos de conmovedora trascendencia.

Y nos convida a rendirle tributo a la vida. Porque con abril la vida florece, se abren los capullos y la floresta se sigue llenando de colores, el verde de las hojas se torna más intenso, las flores con sus matices llamativos y sus delicadas formas se empiezan a exhibir con más amplitud a nuestra vista, y el corazón sensible se predispone al amor.

Ese sentimiento indescriptible al que le cantan los sabios y los poetas y al influjo del cual hasta la pantera pierde ferocidad para volverse tierna.

Esa convocatoria a la vida la perciben hasta las bestias, que saludan la entrada de esta romántica temporada del año para parir sus crías y antes de que la primavera se marche nuevamente, enamorarse y concebir para que la sucesión constante y el ciclo permanente de la vida sigan sin detenerse.

Ya quisiera yo tener la prosa inigualable del maestro Colombo o el verbo florido del maestro Fafa Taveras, para decirle a abril lo que merece.

O el genio poético de un juglar caminador y trashumante como Matoncito, aquel inolvidable acordeonista de Los Llanos de Altamira, que sin ser letrado ni haber ido a las academias musicales, entre muchos de sus aportes, dejó al folclor dominicano uno de los más bellos y perdurables merengues típicos: “Una mañana de abril”, se titula. Me enamoré de una india…

Una mañana de abril, comienzan sus versos. Como la naturaleza me negó esos dones, desde mi oficio de escribidor le doy la bienvenida a este mes que ahorita se nos va.

No sé qué harán mis amigos del chat, Los ochenteros, pero yo tengo mi plan “tirao”, hablaré con doña Dulce para que cuantas veces podamos, salgamos a recorrer la carretera, a contemplar las montañas de fisonomía caprichosa, la vaca que en algún potrero amamanta su cría; y en algún trayecto de la costa observar el pájaro que bajo un sol luminoso, sobrevuela las aguas de un mar azul retinto y retozón, y otras cosas iguales que nos dicen que no hay que esperar subir al cielo para disfrutar de las bellezas del paraíso. ¡Arre, Rocinante!



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