Bienvenida, Su Majestad, la lluvia

Bienvenida, Su Majestad, la lluvia

Bienvenida, Su Majestad, la lluvia

Rafael Chaljub Mejìa

Bienvenida la lluvia que ha estado cayendo en estos días. La lluvia, esa obra maestra de la naturaleza, maná que cae del cielo para regar la vida, y a la cual tantos poetas y filósofos, prosistas y versificadores, le dedican sus creaciones, ha venido a aliviar la sequía que nos llevaba ya a las fronteras de la desesperación.

La tierra, sedienta como estaba, ha consumido rápidamente el agua que ha caído y ojalá la madre naturaleza nos mande otros buenos aguaceros y haga que la vida adquiera nuevos bríos.

Uno de los personajes inolvidables de mi infancia fue la lluvia. Y cuando hoy la veo caer no puedo menos que evocar los tiempos aquellos en que, de mañana, veía a don Jorge y los trabajadores de la casa empapados de arriba abajo, en la brega con los animales y los frutos.

Nací en plena segunda guerra mundial, cuando el Ejército Rojo detenía el empuje de los alemanes para iniciar luego la colosal contraofensiva que, desde la heroica e inconquistable Stalingrado, terminó con la toma de Berlín en 1945.
A los efectos de la guerra en nuestro país se habían sumado los de la asoladora sequía de 1944, la seca del Centenario, una hambruna castigó con dureza a la población.

En 1946 nos castigó el terremoto del 4 de agosto y poco después una inundación que marcó época allá en mi tierra.
La Creciente de Agosto se le denominó.

No alcanzo a precisar de cuál año, pero algunas escenas las recuerdo vagamente. Para mí, la lluvia ha sido siempre un elemento cercano y ahora, cuando el país sufre aún el azote de una seca que se ha estado extendiendo y provocando gravísimos problemas, la veo caer desde la ciudad y la saludo.

Veo las gotas que como largas agujas de cristal se estrellan contra la ventana y hasta romántico me pongo. Porque, entre otras cosas, la lluvia fortalece el espíritu y predispone al amor.

Otros tienen derecho a verla y recibirla con un sentido menos retórico y mucho más realista.
El criador, que impotente ve morir sus animales porque la seca le aniquila el pasto; el agricultor, que fija sus esperanzas en la cosecha expuesta a marchitarse, y por ese mismo estilo, cada quién desde su ángulo y sus circunstancias, tiene motivos para sentirse alegre con las lluvias y darle también la bienvenida.