Batatas…

En el último medio siglo, desde 1975 hasta hoy, el crecimiento del patrimonio de las cien familias o grupos empresariales más ricos del país se ha multiplicado muchísimas veces más que el crecimiento del PIB.
Quizás podría decirse algo similar sobre casi todos los políticos que han ocupado las funciones más “rentables” del Gobierno, con poquísimas honrosas excepciones.
Hace apenas 50 años era común que muchos pobres salieran a la calle en andrajos y chancletas, que pocos vehículos tuvieran aire acondicionado y que una exigua minoría hiciera compras en supermercados o turismo internacional.
Pero las diferencias culturales entre ricos y pobres no eran abismales: un niño de familia acomodada podía encontrar cómo jugar con hijos de los empleados domésticos.
La inminencia de cambios trascendentales en el orden internacional, consecuencia del recule gringo desde la apertura comercial hacia el (creíamos) superado proteccionismo, con barreras arancelarias, obliga a naciones como la nuestra a replantear seriamente si realizamos las reformas imprescindibles para que nuestro crecimiento siga e incluya un mayor desarrollo socioeconómico, menos asimétrico.
El momento exige dosis enormes de lo que Santana llamaba “del aquel” junto con un propósito visionario para mirar más allá del nublado horizonte.
Ojalá que quienes toman decisiones -que no es sólo el Gobierno- digieran la gravedad y urgencia del reto. “Victoria amat curam”, decían los latinos. Si nos cogen asando batatas nos fuñimos, decimos en criollo.