Su capacidad investigativa, ese fogaraté inherente que lo ha llevado a erigir una filmografía tan etnográfica, transnacional y diversa, se debe a su naturaleza cosmopolita: Barbet Schroeder nació en Irán en 1941, su padre fue un geólogo francés y su madre una médico alemana; se crió en Colombia y Francia, donde se graduó de cinéfilo escribiendo para Cahiers du Cinéma. Posteriormente, haciendo el consiguiente crossover al lado de figuras como Jean-Luc Godard y Jacques Rivette, para luego fundar junto a otro cahierista (Eric Rohmer), Films Du Losange, compañía de sólida presencia en Europa, donde produciría grandes títulos de la nueva ola francesa y de directores de actualidad tan prestigiosos como Michael Haneke (The White Ribbon / La cinta blanca, Amour), debutando como director en More (1969), un viaje a cierta comuna hippie consumida en sus ideales por la heroína.
Aquí, la columna vertebral de un discurso transversal a su obra heterogénea: la búsqueda, a veces maniquea, otras admirable pero infructuosa, de la trascendencia del hombre occidental y el peso moral que le sucede. Búsqueda misma que se vuelve autobiográfica, pues años después realiza la referencial no ficción Idi Amin Dada: Autoportrait (1974), plasmando full frontal junto a su director de fotografía habitual, Néstor Almendros (el legendario Néstor de la naturalista danzante Days Of Heaven / Días de gloria) lo que en principio el dictador ugandés creía como una apología.
A Dada -con su anuencia-, la cámara le sigue en un safari, una competencia de natación que sus atemorizados súbditos dejan ganarle; eventos sociales organizados para demostrar su popularidad. Sin embargo, se va desnudando ese demonio que reside que en gente de su prosapia hitleriano-caligulesca. En un momento, y ante un reclamo suave de uno de sus ministros, en primerísimo primer plano, una fuga furiosa que escondía al actuar delirantemente frente a la lente de Almendros. Aprieta los puños, y el funcionario aparece muerto un par de días después.
Schroeder lograba un ensayo hasta entonces inusitado, guiado por su protagonista, sobre el costo escatológico que genera la acumulación desmesurada del poder. Schroeder seguro de tal documento, estrena el film sin cortar escenas que Idi Amin entendía dejaban en evidencia su paranoia. Luego, empezó a recibir llamadas desde Uganda. Sorprendido en pleno sueño, el director tardó unos minutos en entender las frases entrecortadas de sus interlocutores. Le hablaban en francés, muchos de ellos llorando: “Señor, haga lo que le dice, mis hijos están aquí, señor, hágale caso”. Schroeder comprendió por fin. El tirano encerró en un hotel a un montón de ciudadanos franceses con sus familias, les dio el teléfono de Schroeder y pidió que le explicaran la necesidad de retirar del filme las secuencias de la discordia. Aquella misma noche, el director se comprometió a censurar su película.
Habiendo coqueteado en films como Le Valleé (1972) con el docudrama, a partir de la genial representación documental del Hitler africano, la paleta de realidad que ejecuta su cámara es la más contundente de su larga trayectoria: en la estupenda L’avocat du terreur (2007), el polifacético realizador encontró en Jacques Vergés un personaje que da lugar a múltiples ficciones. Su anticolonialismo le llevó a participar en la liberación de Argelia antes de reaparecer como abogado de algunos de los más abyectos personajes del pasado siglo, desde el nazi Klaus Barbie al presidente camboyano de los khmeres rojos o terroristas como el venezolano Carlos el chacal o el libanés Anis Naccache. En la cámara, y emulando el histrionismo de Idi Amin Dada, Vergés seduce con su amoral encanto serpentino, sembrando dudas muy razonables de un accionar que se antoja monstruoso de inicio, pero que Schroeder entreteje sapiente con valiosos testimonios que luego refrendaremos en ese poema de conocimiento ardiente llamado internet, toda una antropología del terror siglo veintista. Sobre nuestro peso cae la absolución ética de Vergés.
Pero si un dictador y un “abogado del diablo” representan ominosa dualidad, el tres de este perfecto par es Le Vénérable W. (2017). Wirathu, monje budista de Myanmar (o Birmania) líder del movimiento nacionalista y anti-musulmán 969, principal propulsor ideológico, a través de libros y sermones, de los enfrentamientos que se producen desde 2012 entre budistas y musulmanes (un 4% de la población), a través de entrevistas con Wirathu, periodistas occidentales u otros líderes religiosos, imágenes de archivo y una voz en off que narra el testimonio de una budista que se opone a la visión del monje, Schroeder ha conseguido lo que parecía más difícil, acercarse a una figura controvertida y hacerla hablar sin complejos ni remordimientos de su obra, basada en el odio racial y el apoyo a una limpieza étnica. En esta obra arriesgada, modesta desde la pericia técnica por lo aventurado de su empresa, reside un poderoso subtexto igual de impactante: las calamidades, el gueto y la persecución exhaustiva que sufren los rohingya en la nación asiática.
Ante el fresco tenebroso de su obra documental, el propio Barbet Schroeder concluye: “el nacionalismo y el populismo son fenómenos más fuertes que cualquier cosa. La maldad está en lo humano, no en una religión. Se encuentra en todos los sitios donde hay seres humanos, esa es la conclusión de esta trilogía”. Y quizás la síntesis de una carrera admirable y poco reconocida por el mainstream y la cinefilia intensiva.