Banalización de nuestros valores nacionales

Banalización de nuestros valores nacionales

Banalización de nuestros valores nacionales

Alex Ferreras

Escritores de origen latino de segunda y tercera categorías han sido elevados al estrellato por la sociedad mayoritaria de los Estados Unidos vistas sus condiciones multiétnicas y multiculturales.

Hay todo un motivo geopolítico e instrumental detrás de tamaña maniobra. Escritores, ellos, con un denominador común, esto es, sus profundos conflictos de identidad, desde una visión neocolonialista, hacen suyos el discurso del Amo. No se dan cuenta, quizás, las más de las veces, que reproducen la variante de su etnocentrismo, sus prejuicios y estereotipos contra las raíces históricas y culturales de nuestros países.

Es dentro de esa misma perspectiva que se puede leer la novela “In the name of Salomé” (Chapel Hill: Algonquin Books, 2000) de Julia Álvarez, detrás de cuyo título se esconde una burla, y que prefigura la forma en que caricaturizará a una familia como la Henríquez Ureña a lo largo de la obra.

Con una actitud a todas luces de resentida social, la escritora dominico estadounidense, como ella misma se autodenomina, trivializa en su obra a un pensador de la estatura de don Pedro Henríquez Ureña persiguiendo a su hermana Camila por su preferencia sexual (pp. 108, 239), a un Francisco Henríquez Carvajal, el padre, como alcohólico (p. 51), mujeriego (pp. 255, 275, 293, 297), que se avergüenza de la condición de mulata de su esposa Salomé Ureña (pp. 94, 160), a un padre Meriño como gordinflón (p. 91) y “lambetragos” (p. 90), a un José Joaquín Pérez como un muerto de hambre (p. 93), así como burlas y puntapiés constantes (pp. 6, 26, 39, 40, 41, 42, 46, 47, etc.), entre otras bellezas amenas.

En otras palabras, nuestra escritora de supuesta fama universal busca desfigurar en su obra maestra a una clase intelectual presuntamente borrachina, mujeriega, predecible, profundamente acomplejada por el color de su piel y fácilmente reglamentada por la religión y las costumbres, como la que representa a los Henríquez Ureña, que dominó la sociedad dominicana en el siglo XIX.

No creo que sea de nobles, para nada, hacer el intento de derribar una fama bien lograda en la historia cultural de un país como la reputación de la familia Henríquez Ureña para complacer a un Amo en el nuevo giro que ha dado a sus estrategias de dominación frente a sus antiguas colonias y neocolonias en Latinoamérica y el Caribe.

La familia Henríquez Ureña es presentada en la obra bajo estudio con serios problemas para aceptarse a sí misma como es, o sea, con una fuerte crisis de identidad, lo cual no es, curiosamente, sino a la inversa, una proyección de la que confronta la propia escritora domínico estadounidense “en su búsqueda de raíces”.

Álvarez, al igual que el Premio Pulitzer Junot Díaz, Gloria Anzaldúa, Cristina García, Ana Castillo, Richard Rodríguez, Esmeralda Santiago y otros, escriben en una época en que a los Estados Unidos les interesa saber qué piensan y sienten “sus vecinos del patio”; a diferencia de cómo se hacía antes, cuando a las obras literarias de los emigrantes se les despachaba como escritura de viajes y autobiografías.

Los dominicanos no merecemos sufrir odios y resentimientos rezumados, estilizados, blasfemias, burlas y prejuicios arraigados de una escritora estadounidense de origen dominicano que se ha ensañado en contra nuestra. Es injusto. El pueblo dominicano no tiene por qué cargar con la culpa del destierro de los opositores y la masacre de haitianos en 1937 ordenada por Trujillo.

Desgraciadamente, le ha tocado a una familia insigne ser el chivo expiatorio de una novela “light”, por ser lo que es, una espectacular banalización de valores que son tan caros para nosotros los dominicanos como lo son los Henríquez Ureña. Y para decirlo con Gandhi: “No hay que apagar la luz del otro para lograr que brille la nuestra”.