El reloj marcaba exactamente las 10:00 de la noche cuando, envuelto en un traje blanco hueso que parecía iluminar el escenario, Bad Bunny apareció ante un mar de luces, gritos y euforia. El estadio Félix Sánchez, totalmente reventado por miles de fanáticos, tembló con un estruendoso aplauso que marcó el inicio de una noche que quedará grabada en la memoria colectiva de Santo Domingo.
Sin pausa, y con la certeza de quien conoce la magnitud de su poder escénico, el Conejo Malo abrió la fiesta con “La mudanza”. Desde ese instante, la multitud se rindió a una catarsis musical que no se detuvo durante más de dos horas, en un recorrido por unos 25 temas que convirtieron el Centro Olímpico Juan Pablo Duarte en el epicentro emocional del Caribe.
Un show que celebró la hermandad caribeña
La parada dominicana del tour “DeBÍ TiRAR MáS FOToS” estuvo marcada por un gesto constante del artista: reconocer los lazos que desde siempre han unido a Puerto Rico y República Dominicana. Apenas tomó el micrófono, soltó un saludo cargado de energía:
“Buenas noches, Santo Domingo. Muchas gracias, muchas gracias. La noche está empezando. Hoy vamos a bailar, vamos a reír, vamos a llorar.”

Y luego añadió, provocando un estallido de aplausos:
“Los dominicanos y los puertorriqueños tenemos muchas cosas que nos unen. Una de ellas es que aquí todo el año es verano. Hay algo lindo en cómo podemos conectar a través de la música.”
Esa conexión se materializó cuando, desde una casita instalada en el centro del estadio, Bad Bunny se fundió en un fuerte abrazo con una fan antes de interpretar “Voy a llevarte pa’ PR”, creando uno de los momentos más emotivos de la noche.
Agradecido, emotivo y transparente
En varios momentos del concierto, el artista se mostró genuinamente conmovido.
“Yo nunca lo voy a olvidar. RD, siempre he dicho: sin RD no habría Bad Bunny, porque ustedes han visto mi crecimiento desde el día cero.”
Y más adelante, casi confesional:
“Santo Domingo, los amo con el alma. Gracias.”
Incluso regaló al público una canción exclusiva, un gesto que reforzó la sensación de que la noche tenía un carácter irrepetible.
Transformaciones, perreo y madurez escénica
Una de las sorpresas más comentadas fue su transición desde la tarima principal hasta la casita en medio del terreno. Allí cambió el elegante traje por un look mucho más relajado: suera blanca con rayas, pantalón corto gris y gorra marrón; luego un abrigo blanco y jean azul claro. Desde ese espacio íntimo llegó “el momento del perreo”, pero un perreo decente, controlado, que mostró a un artista más centrado, más maduro, dueño absoluto del ritmo y del público.
Los asistentes corearon con fuerza éxitos como “Efecto”, “Ábreme paso”, “Café con ron”, “25/08”, “Mónaco”, “Diles”, “Safaera”, “Baile inolvidable”, “NUEVAYOL”, “Neverita”, “Me Porto Bonito”, “Veldá”, “Si Veo a Tu Mamá” y “La canción”, entre muchas otras.
Un artista que honra su cultura
Fiel a su estilo, Bad Bunny no desaprovechó la oportunidad para honrar el Caribe, su gente, su historia y su música. Con palabras que encendieron el orgullo del público, expresó:
“Gracias por cantar estas canciones con nosotros y por hacer que la cultura caribeña le dé la vuelta al mundo.”
Acto seguido, elevó aún más el sentimiento con “Café con ron”.
Una despedida que dejó huella
Pasadas las 12:15 de la noche, el espectáculo concluyó con un show de fuegos artificiales que selló el final de una jornada memorable. Antes de retirarse, Bad Bunny dejó un mensaje que quedó resonando entre los miles de fanáticos:
“Disfruten la vida. No se sabe si volvemos. Pásenlo con la gente que ustedes quieren.”
Así se cerró una presentación que no solo fue un concierto, sino una celebración de identidad, agradecimiento y pertenencia. Una noche en la que Santo Domingo vibró al ritmo del artista más influyente de su generación… y el Caribe volvió a sonar para el mundo.
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Una nota discordante: el caos en la entrada
No todo fue perfecto. Antes de que Bad Bunny saliera a escena, cientos de personas vivieron momentos de tensión debido a la falta de organización en la entrada del estadio.
Las filas avanzaban con lentitud desesperante, la verificación de boletas se volvió un cuello de botella y, mientras la multitud se impacientaba, comenzaron los gritos:
“¡Queremos entrar! ¡Queremos entrar!”
A pesar de los esfuerzos del personal de seguridad por agilizar el proceso, el acceso terminó siendo un desastre logístico que empañó, aunque no logró opacar, la grandeza del espectáculo.