
Los católicos rechazamos las creencias esotéricas que incluyen encantamientos o “azares” usualmente asociados a algún invocado poder sobrenatural contrario o en pugna con Dios.
Pero lo de Haití es espeluznante. El mismo día que la ONU por fin decidió expandir y transformar su misión interventora en Haití, para combatir las bandas, tras una incesante labor diplomática del presidente Abinader y su canciller Roberto Álvarez, los Estados Unidos destruyó de un plumazo los únicos 26,000 empleos de zonas francas que quedan.
En 2021, tras los estragos del Covid, las maquiladoras textiles del vecino territorio sumaban 60,000 empleos.
Apenas 26,000 sobrevivieron tras la disolución del Estado haitiano por la violencia criminal de sus bandas. De esos, 18,000 puestos de trabajo -más de la mitad- están en Codevi, la zona franca binacional en Dajabón.
La descontinuación de las exenciones arancelarias de Estados Unidos significa la desaparición del 90 % de las exportaciones de Haití, según el Wall Street Journal. No hace falta mucha perspicacia para entender cómo impactará este tablazo a la exangüe economía de Haití, la presión migratoria y la seguridad fronteriza. Es innegable que sólo la fuerza militar aplicada legalmente puede devolver algún orden y paz en Haití, pero aparte del progreso socioeconómico y los retos del desarrollo, el imperio de la ley y la gobernabilidad democrática, hacen falta mucha oración, sanación espiritual y educación para que renazca alguna esperanza en el tercio oeste de la isla, cuya bárbara pérdida e incesante involución nunca han sido suficientemente lamentadas pero sí inmensamente sufridas por los dominicanos.