¡Ay Virgencita de La Altagracia, sálvanos…!

¡Ay Virgencita de La Altagracia, sálvanos…!

¡Ay Virgencita de La Altagracia, sálvanos…!

A lo interno de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) las distintas corrientes profesorales y estudiantiles debatían de manera acalorada y en el marco de una atmósfera de “democracia real” sobre el Movimiento Renovador, una especie de “hervidero de pensamientos ideológicos” disímiles, revolucionarios, que debieron concluir con la  definición del destino y con realizaciones concretas en la primera y más antigua academia universitaria del Nuevo Mundo.

Se discernía entre la universidad estrictamente académica y excluyente que albergara a una élite de la sociedad o una academia abierta, masiva, que diera acogida “a los hijos del pueblo”, de los trabajadores, de los“ proletarios” y sus descendencias.

¡He ahí la cuestión!

Los profesores más conservadores, muchos de los cuales eran considerados eruditos y que habían heredado el control de la academia desde la época de Trujillo cuando era la otrora Universidad de Santo Domingo, optaron por crear sus propios centros académicos.

En el recinto estatal, en tanto, se vivían los efluvios de la reciente “Guerra Patria de Abril de 1965”. Una oleada de profesores y estudiantes que habían sido combatientes de esta guerra anti-imperialista, que tras los acuerdos para poner fin a los combates en Ciudad Nueva, no a la guerra -porque esta continuó mucho después con el exterminio de constitucionalistas y dirigentes de izquierda-, buscaron refugios en el corazón de esta zona universitaria que se había constituido en un oasis de libertades.

La narrativa sobre la época señala que “los del Movimiento Renovador Universitario  trasladaron la Guerra de Abril desde  Ciudad Nueva  al Campus de la UASD. Lo hicieron enrostrándoles a las autoridades de esa Alta Casa de Estudio el apoyo de éstas a los interventores yanquis y su indiferencia frente a los abusos y atropellos cometidos por los invasores”.

Una conquista tangible atribuible a este movimiento fue el desarrollo de la estrategia dirigida a “fundar, en 1970, sus dos primeras extensiones universitarias en el interior del país: el Centro Universitario Regional del Suroeste (CURSO) en Barahona; y el Centro Universitario Regional del Noroeste (CURNE) en San Francisco de Macorís.

Se buscó entonces “hacer que la UASD, como centro de cultura superior, extendiera su influencia y su accionar a todos los rincones del país”.

La noticia de la creación del CURSO causó gran alegría entre los estudiantes de Tamayo que habíamos terminado el bachillerato y no teníamos posibilidades, por razones económicas y otros factores, de trasladarnos a la sede central de la UASD en la capital. Igual ocurría a estudiantes de Vicente Noble, Palo Alto, Cabral, Peñón, Las Salinas, Neyba, Duvergé, Polo, Enriquillo, Paraíso, Juancho y Pedernales.

En Tamayo un grupo de estudiantes se organizó para viajar diariamente a recibir docencia en el CURSO, motivados por la directora del liceo Paula Torres de Gómez (Canela) y los profesores Paula Gómez de Jorge (Duda), Pedro Serrano, Valentín Pérez (La Trancota) o “El Algebraico”, Julio César Fabián”,  Gisela Feliz, Dulce María Gómez Sánchez, Sergio Mayo Olivero (Mayito) Luis Milciades Gómez Sánchez y Rafael Montes de Oca (Fellito) entre otros.

Un grupo de los estudiantes diligenció y contrató un “yipe” y un chofer que nos llevaría hasta el nuevo recinto universitario en Barahona. En principio no estuve en ese grupo debido a mis limitaciones económicas. Fue la profesora Duda que diligenció el pago de mi matrícula de inscripción y que me llevaran de “bola” en el vehículo, lo cual he agradecido eternamente porque fue esa acción humanitaria de -“ese corazón grande y bondadoso” y “mi eterna profesora” que siempre he querido-, que me ha permitido ser hoy un oficiante de la comunicación social en la capital del país.

Operaba entonces en el marco de un quehacer muy riesgoso en la época. Accionaba como líder del movimiento estudiantil en el liceo, gestor cultural (organizador y agitador de masas en clubes) además de ser contacto de organizaciones de izquierda que operaban en la zona, mientras fungía (a la vez) como corresponsal periodístico “voluntario” del noticiario Noti-Tiempo, con lo que, de alguna manera, encubría mis labores políticas clandestinas.

El traslado a Barahona donde fui a vivir con mi madre me facilitó estar más tiempo en el CURSO y allí compartir con jóvenes barahoneros con inquietudes revolucionarias, en tanto preparaba el “colegio universitario”, un introito obligatorio en la UASD antes de incursionar en la carrera universitaria.

Entre esos nuevos amigos estaba Manolo El Españolito, hijo de un ciudadano español experto azucarero que fue asesinado por el régimen de Rafael Leónidas Trujillo. Con éste compartía militancia en el frente estudiantil Fragua, dado que venía de dirigir en Tamayo la Unión de Estudiantes Revolucionarios (UNER) una extensión del 14 de Junio en el movimiento estudiantil de secundaria.

En los pasillos del CURSO, que comenzó a operar en lo que era el Centro Sirio Libanés de Barahona, los estudiantes, como si fuera un símil de la sede central, realizaban intensas discusiones académicas y políticas. Entre los temas que no faltaban eran los filosóficos, donde se planteaban los enfoques materialistas e idealistas, una expresión del fervor que causaba la lucha revolucionaria en el frente estudiantil de entonces.

Desde que se creó el Centro un grupo de profesores que iban a impartir docencia se trasladaban desde Santo Domingo. La mayoría de las veces viajaban en avionetas. Eran “verdaderos patriotas” que se arriesgaban para llevar  sus conocimientos académicos a estudiantes del “Sur Profundo” que anhelaban estos saberes, los cuales le habían sido negados por posiciones políticas retrógradas y por las limitaciones existentes.

Entre esos académicos recuerdo al poeta, escritor y luchador revolucionario, entonces luchador de la Línea Roja del 14 de Junio Antonio Lockward Artiles, al ex comandante de la Guerra de Abril, Jesús de la Rosa, a Flavia García, Facundo Acosta, entre otros.

El profesor De la Rosa, consumado académico y escritor, impartía filosofía con énfasis en un enfoque materialista, entre otras materias. Hacía hincapié en su cátedra en el materialismo dialéctico, por lo que el común de los estudiantes lo consideró un ateo. En tanto, el Profesor Amaro, un ex sacerdote cubano, planteaba su visión idealista de la filosofía, lo que creaba un formidable ambiente de discusión académica entre estas dos corrientes filosóficas que eran el sostén ideológico de la Guerra Fría que libraba Estados Unidos y aliados contra Rusia, China y demás países del “campo comunista”.

En una oportunidad cuando la avioneta que trasladaba a los profesores desde Santo Domingo sobrevolaba por las cercanías de Pedernales, el aparato sufrió un bajón inesperado y dio la sensación de que caería en el Mar Caribe. Se atribuye al profesor Jesús de la Rosa, que era de los ocupantes del aparato, implorar desesperado a la virgencita que les protegiera cuando vio la situación de inminente caída de la nave.

-¡Ay Virgen de la Altagracia, sálvanos…sálvanos Dios mío!

Cuentan que después de este pedido del profesor De la Rosa para que sean salvados, el piloto de la avioneta estabilizó el aparato y siguió su rumbo normal.  Pero un extraño silencio invadió la cabina de la nave, ninguno de los profesores volvió a hablar hasta que llegaron a Barahona.

Al parecer uno de los profesores no se guardó el secreto y narró en la sede del CURSO lo que le había pasado en la avioneta, especialmente relató sobre el grito de Jesús de la Rosa implorando su salvación.

La noticia llegó de una vez a los oídos del Profesor Amaro, quien de inmediato elaboró un volante que repartió entre todos los estudiantes, donde decía que el profesor De la Rosa que predicaba el materialismo y, por ende, el ateísmo, había supuestamente negado sus prédicas académicas aferrándose a su creencia en la virgencita de La Altagracia.

El volante provocó una fuerte e invalorable discusión –en los pasillos del Centro-entre el Profesor Amaro y Jesús de la Rosa que los estudiantes disfrutaron y aprovecharon para asirse de nuevos conocimientos que provenían de estos dos colosos, de estas dos montañas de la sabiduría.

Los aportes de estos maestros a la formación de una nueva generación de profesionales en Barahona son de un valor incalculable, partiendo sobre todo que lo hacía a riesgo de sus propias vidas, no solo exponiéndose durante el viaje sino también, enfrentaron la persecución política y criminal de una claque de la sociedad que oponía a este progreso.

La sociedad de Barahona, su fuerza pensante, el nuevo senador, el alcalde, los estudiantes del nuevo CURSO y la sociedad civil deben realizar un “gran homenaje” a estos profesores que entregaron sus vidas y lo mejor de sus conocimientos para formar una nueva clase profesional en esta zona del Sur del país.

*El autor es periodista