En su artículo “Raza, ideología e identidad” el doctor Leonel Fernández comete un yerro imperdonable al dejar fuera de su estudio a figuras de alta estatura intelectual que mantienen un vínculo estrecho con el discurso que comunica.
A guisa de ejemplo, Léopold Sédar Senghor fue una de las figuras claves del movimiento de la negritud, junto al martiniqueño Aimé Césaire y al guayanés Léon Gontran Damas.
Sin embargo, Fernández solamente menciona a Senghor básicamente como fundador de su nación, Senegal, como luchador anticolonialista, y demás, pero no destacó el peso importante que tuvo en el movimiento de vanguardia que fundó junto a otros escritores.
Al referirse a Haití, no discutió ni tomó en cuenta el nexo entre Jacques Roumain, Jean Price-Mars y François Duvalier, antes de ser dictador, como integrantes de la elite radical haitiana del decenio de los veinte, representantes de la negritud en el Caribe, y que se inspiraron en el Renacimiento de Harlem -movimiento que no situó en la citada década- para enseñarles a los haitianos a sentir orgullo por las raíces históricas y culturales de origen africano ancestral de las cuales el vudú era su parte prominente.
Por otro lado, puesto que el autor dedica los primeros cinco párrafos y termina el artículo hablando en torno a la Revolución Haitiana, esta debió entonces figurar como subtítulo a su escrito.
Franz Fanon, el teórico de la identidad cultural caribeña por excelencia y su pensamiento radical contra la colonización, así como sus estudios sobre los traumas que interiorizaron los afrodescendientes en el Caribe, y que tuvo gran influencia en los movimientos revolucionarios de los decenios de los sesenta y setenta en ese archipiélago, fue obviado por Leonel Fernández en su escrito.
simismo, pasó por alto la importancia que tuvo el movimiento de la poesía afroantillana, del que la República Dominicana quedó a la zaga, no por problemas de identidad, sino por los dominicanos sentirse que pertenecían y pertenecen a una nueva realidad cultural que no es la misma del África ancestral de donde procede el componente mayor de su composición étnica.
Cabe resaltar la condición de figura seminal en el Renacimiento de Harlem del poeta jamaicano Claude McKay, y, más tarde, con el correr del tiempo, el Premio Nobel de Literatura 1992, el santaluciano, Derek Walcott, que obtuvo este reconocimiento universal, entre otros, por sus estudios sobre la profunda crisis de identidad que hereda el caribeño de origen africano y europeo, digno de haber sido mencionado de pasada siquiera por el articulista Fernández.
Y para hablar de “raza”, de “ideología” y de “identidad”, otro Premio Nobel de Literatura 2001, igualmente caribeño, V. S. Naipaul, de origen hindú, jamás debió haberse dejado de lado, visto sus grandes intereses y preocupaciones de intelectual occidental profundamente desarraigado.