Como un efecto dominó asimilado de Estados Unidos, la polarización entre izquierdistas y ultraderechistas ahora se manifiesta en Chile, donde Jeannette Jara y José Antonio Kast quedaron como los principales candidatos para disputarse la presidencia 2026-2030 en una segunda vuelta, el 14 de diciembre.
Pero a no pocos chilenos les da lo mismo quién gobierne. El perfil de estos hoy en día incluye no confiar del todo ni en los gobiernos, ni en los partidos, ni en el Parlamento. Simplemente participan sin mucha esperanza en unas elecciones cuyo voto ha tenido que ser, por primera vez, obligatorio.
No obstante, de los casi 16 millones de personas habilitadas, buena parte prefirió la mañana para ejercer su derecho civil y expresarse a través de un contundente 85,40 %.
Sin embargo, la diferencia de votos obtenidos por Jara, abanderada del presidente Gabriel Boric (26,8 %), y el ultraderechista Kast (23,9 %) ha sido mínima, lo cual evidencia todavía más el nivel de polarización política de la sociedad sudamericana.
Se trata de un electorado infiel, que no mantiene por mucho tiempo los apoyos y que está, sobre todo, asustado por el aumento de las organizaciones criminales que operan a nivel local y que colaboran con estructuras internacionales.
Es parte del paisaje social que explica por qué los aires empujan discursos extremos como el de Kast y, a su vez, las dificultades de la izquierda.
La historia nos enseña que la sociedad chilena ha sido pendular en sus preferencias electorales.
Tras el estallido social de 2019, aprobaron un camino constitucional para reemplazar la Constitución de Pinochet, de 1980, con la firma del presidente socialista Ricardo Lagos por las reformas que se hicieron en 2005.
Luego eligieron un órgano redactor dominado por la izquierda extrema y, cuando el Gobierno de Boric apenas llevaba seis meses, rechazaron por 62 % a 38 % el texto apoyado por el oficialismo.
Después se abrió un segundo proceso para una nueva Constitución, donde triunfaron redactores de la ultraderecha del Partido Republicano. Pero en 2023, nuevamente, los chilenos rechazaron la propuesta.
Aparentemente, son decisiones contradictorias. Pero, en el fondo, los chilenos siguen firmes en su desafección mayoritaria hacia la institucionalidad política.
Castigan a los incumbentes y favorecen a la oposición, como intentando creer en un cambio que realmente nunca llega.