1.- Arma, cultura y libertad. Las raíces de las armas ilegales en los barrios y suburbios de Santo Domingo no se hunden en una causa cultural, sino gubernamental. Al contemplar la situación y condiciones de vida de la población que vive en esas “fronteras” urbanas, barrios pobres, surge la pregunta de si somos una verdadera nación.
Una referencia antropológica analizada para estos menesteres indica que un barrio representa una pequeña minoría dentro de un Estado, que aunque esté políticamente definido, mantiene fuera a sus minorías. Según Gonzalo Aguirre Beltrán (México), “una nación requiere contener cierta homogeneidad étnica, territorial, económica y social”.
El arma ilegal es, pues, un símbolo de la violencia delictiva, y parte de los materiales del ritual de esta subcultura.
Lo que no es parte de la “cultura delincuente” es la noción de nacionalidad, de libertad, la cual le impide recoger los frutos de la cultura material, y sí, adoptar patrones horribles de la violencia urbana.
En “La otra cara de la pobreza” (1997), el padre Jorge Cela ha recomendado las pautas para alcanzar una solución a problemas similares: 1) Escuchar el clamor de los pobres; 2) Prevenirse de políticas sociales ocultas que no representan relaciones espaciales y sociales, sino que busca la expulsión de los pobres hacia las periferias, “donde ni se le vea ni se le escuche”; 3) Planes de priorización del gasto social, a partir de que la pobreza crítica produce una cultura marcada por las condiciones extremas que crea una visión del mundo.
Decir que se va a incautar las armas de fuego no funciona así no más, sin planes tácticos útiles. Lo ´sine quanom´ es conocer culturalmente las características y condiciones de estas poblaciones; esas “fronteras” que co-habitan en nuestra inexistente nación.
Las armas ilegales constituyen un problema directo dentro del contexto de la seguridad ciudadana, pero ellos no lo entienden.
La incautación ya es una medida preventiva; es muy importante preparar otras etapas, como llevara cabo un censo estadístico de los barrios que arroje luz sobre las condiciones material y social, para relacionar que tan profundo coexisten la educación integral de individuos y familias, las oportunidades que le ha ofrecido el gobierno en oficios y labores manuales, pero sobre todo, las actividades económicas de la que dependen las familias en los barrios.
Finalmente, está la cuestión generacional de las armas de fuego. Los más rezagados en los barrios, saben de fabricación de armas caseras; los del crimen organizado, las utilizan como medio de apoyo de sus negocios de tráfico de drogas y otras modalidades.
Tienen razón, algunos políticos que se han manifestado por el desarme, que primero sea a los que tienen armas ligadas a la delincuencia común; uno ha planteado que no debe ser desarmada la población, por la situación de Haití. Igual fracasará todo eso.
Aunque el delito es una patología de la libertad que viven los barrios, las armas ilegales no son un fin, sino un medio; ¿cómo pueden incautarse las armas ilegales, en general? Eso lo veremos.