MANAGUA, Nicaragua. Como experiencia personal, entre los muchos aspectos de la realidad nicaragüense definitivamente sensitivos y admirables a los que he tenido acceso, se encuentra ese extendido y palpable amor y dedicación de sus intelectuales y sus hombres y mujeres de letras.
Porque Nicaragua no solo nos ha entregado al poeta de los poetas, Rubén Darío, sino que es un pueblo donde se valora a los escritores, los ensayistas, los músicos, los pintores, es decir, a quienes se dedican a las bellas artes y las letras sin que cuente su origen. Importa su genio, aporte, originalidad, dedicación y entereza.
El énfasis, aquí, se hace tanto en la universalidad como en los vínculos con la América Latina, el escenario vivo de nuestras glorias y desdichas. Por eso, como dominicano, me he sentido conmovido y orgulloso por la evidente y notoria admiración que despierta entre sus académicos la figura de nuestro Pedro Henríquez Ureña.
Jorge Eduardo Arellano se menciona con frecuencia entre los intelectuales nicaragüenses más originales, prolíficos y universales, por su profundidad y calidad de sus ensayos, poemas y escritos literarios diversos. Su producción supera el centenar de obras, muchas de ellas galardonadas.
En sus textos los temas estudiados están estrechamente vinculados a la realidad y la historia de Nicaragua, y los conceptos de grandeza y honor de su pueblo, sus luchas y su historia. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, se especializó en Lexicografía Hispanoamericana en la Universidad de Augsburgo, en Alemania.
Se ha desempeñado como presidente del Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica, secretario de la Academia de Historia y Geografía de Nicaragua y ha sido director de la Academia Nicaragüense de la Lengua.
Es autor del volumen de ensayos “Panorama de la literatura nicaragüense”. Su poemario “La camisa férrea de mil puntas cruentas”, y mereció en el 2003 el Premio Nacional Rubén Darío. Se citan entre sus muchas obras “La novela nicaragüense, siglos XIX y XX”, “De Zelaya a Sandino”, “El apóstol suicida del liberalismo”, “La guerra centroamericana contra el filibusterismo esclavista”, “Literatura nicaragüense: siglo XIX e inicios del siglo XX”, “La poesía nica en 166 antologías” (1878-2012).
Nos llama la atención de este autor eminente la admiración que profesa por nuestro Pedro Henríquez Ureña, que se vierte en su texto sobre el significado de su magisterio. En su ensayo sobre el dominicano y Salomón de la Selva, nos habla del papel formativo, y por tanto magisterial que ejerció el primero en el segundo.
“Originario de la República Dominicana y fallecido en la Argentina, Henríquez Ureña es el humanista latinoamericano por excelencia”, nos dice. Añade que “su labor como maestro, su comprensión y prédica de la formación rigurosa, sus certeros juicios críticos constituyeron factores asimilados por el nicaragüense”.
“Disímiles en carácter y temperamento, una firme relación humana los unió”. Esta relación “continuaría con más intensidad en México, compartiendo una infatigable vocación hacia las humanidades clásicas y consecuentemente un incontenible amor a la cultura grecorromana y por una abierta pasión americana, cuyo común denominador no solo era el arielismo, heredado de la generación modernista, sino las intervenciones imperiales que habían abatido las soberanías de sus respectivas patrias”.
“A Henríquez Ureña, tan conocedor del castellano, le asombraba que Salomón y él tuvieran esas lecturas comunes. Al escuchar los giros del nicaragüense, le preguntaba: ¿Dónde aprendió usted a decir eso?”.
Arellano cita al maestro Alfonso Reyes cuando afirmaba que “era más honda, más total la influencia socrática de Pedro Henríquez Ureña. Sin saberlo, enseñaba a ver, a oír, a pensar y suscitaba una verdadera reforma de la cultura”.
Nuestra Academia Dominicana de la Lengua procedería de manera justa al respaldar a un intelectual de tan elevada estatura como Jorge Eduardo Arellano en la Edición Novena del Premio de Ensayo Pedro Henríquez Ureña.