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Apretarse los cinturones

Por compromisos familiares, el miércoles pasado acudí a misa. La ofició el padre Manuel Maza, SJ, un sacerdote dominicano nacido en Cuba que ha dedicado décadas de su vida a la Iglesia dominicana.

Lo conocí hace treinta años cuando empezaba la universidad y era un protestante cursando la materia de religión en una universidad católica.

El padre Maza me impresionó por su calidad humana y por ser un ejemplo de cristianismo vivo y vibrante. Siempre demostró a sus alumnos una gran capacidad de asumir y explicar el cristianismo desde la práctica, teniendo el tino de señalar que, como decía el apóstol Santiago, la fe sin obras es muerta.

El contenido de su sermón del miércoles me confirmó que mi impresión sobre él mantiene vigencia. Habló de la necesidad de ser responsables los unos con los otros, de la solidaridad. Hablando directamente a su congregación, dijo que los más afortunados tienen que apretarse el cinturón, porque en caso contrario se exponen a que en el futuro les aprieten el pescuezo.

Todo el que conoce la historia sabe que es cierto. Las hambrunas europeas fueron pregoneras de las revoluciones. Pasó en Francia, así como en la Rusia imperial. Viniendo de alguien nacido en Cuba, es una advertencia que no puede pasar desapercibida.

Pero también es una admonición profundamente arraigada en la fe cristiana. En Segunda de Corintios 8:14-15, Pablo llama a los cristianos a ser solidarios los unos con los otros.

Indica que quien hoy puede ofrecer, mañana puede ser el necesitado, y viceversa. Y es que nadie vive aislado de los demás y todo lo que afecta a uno de nosotros afecta al resto directa o indirectamente.

La paz y el progreso dependen de que nadie quede atrás, por eso es un imperativo moral que nos aseguremos de que nuestra sociedad sea justa con todos. El peligro de no hacerlo es que mañana sea injusta con nosotros.

Estas verdades, que muchos relacionan con el materialismo histórico, lo trascienden y hunden sus raíces también en la moral religiosa. La necesidad de justicia y la obligación de solidaridad no son una desviación ideológica.

Resistirse a ellos es apostar contra nosotros mismos. Esto lo dejó claro el padre Maza el miércoles pasado con su hablar pausado, confirmando las doctrinas milenarias de su fe.

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