En un ensayo publicado recientemente, titulado “Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia” (2017, Paidós), la experta en ética y filosofía política, catedrática de la Universidad de Valencia y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de España, Adela Cortina, habilita la noción de “aporofobia” y retoma el pensamiento de Adam Smith en su obra “La teoría de los sentimientos morales” (1759), según la cual, en los seres humanos se produce una corrupción de las disposiciones morales que procede de la tendencia a admirar a los ricos y despreciar a los pobres.
Esta actitud corruptiva, que se ha mantenido en el cerebro humano y su evolución más allá de los cambios en la sociedad, la economía y la cultura tiene que ser observada como un verdadero e impostergable reto para la institucionalidad democrática de la vida contemporánea.
El concepto de “aporofobia” o miedo, rechazo hacia el pobre proviene del griego “á-poros”, pobre, y “fobéo”, espantarse.
Lo utilizó Cortina en un artículo periodístico del año 2000.
Si se lo asociara a otros miedos como la xenofobia o la mixofobia, que son actitudes de rechazo al otro por ser extranjero, en el caso que nos ocupa, de lo que se trata es de una exclusión, un rechazo, nopor ser el otro extranjero, sino, sobre todo, por ser pobre.
Esa actitud fóbica remite a una inconciencia global. Desde una perspectiva local, podríamos plantearnos la dualidad moral del dominicano promedio, que acepta de buen grado al turista o al extranjero, sin importar su nacionalidad, lo que deriva en mixofilia; pero, al mismo tiempo, rechaza a los ciudadanos del país vecino, no por ser extranjeros, lo que derivaría en xenofobia; o bien, por ser negros, que derivaría en racismo, sino, por ser pobres.
No actuamos igual frente a otros vecinos como los cubanos o puertorriqueños, a pesar de tener raíces étnicas e históricas comunes.
La contradicción discriminatoria, que alcanza ribetes de patología social, es muy clara, y refleja la necesidad de desarrollar una cultura moral y política que descanse en el respeto a la dignidad e igualdad humanas.
Sobre la presunción de una asimetría que nos supone superiores, blandimos un discurso de odio.
La pobreza es una forma de esclavitud, y al adoptar una disposición moral aporófoba, no estamos rechazando en el otro su identidad, sino, su vulnerabilidad económica, dado que la pobreza, en cuanto que no elegida ni deseada, no constituye un rasgo identitario de las personas.
De modo que, no es el creole ni la amenaza por empleo ni la piel negra ni la herida histórica de la ocupación; no es la diferencia cultural o religiosa lo que en los haitianos rechazamos.
Es su pobreza.
Un trato humanitario a ese extrañodebería repudiar el discurso del odio. Una postura auténticamente democrática no debería rendirculto a la intolerancia.
En procura de una mejor convivencia, debemos ser más éticos, por cuanto es un fin moral y humano en sí mismo, y en tanto que práctica de justicia y solidaridad.
La discordancia entre lo que decimos y lo que hacemos es una fragilidad moral o “akrasía”, que contribuye al cultivo del egoísmo. “No hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero”, meditó San Pablo.
No es con el combate a la riqueza como se supera la pobreza en las personas y las naciones.
Es falso creer que los pobres, nuestros o extraños, no tienen nada que dar. Debemos cultivar una auténtica ética de la responsabilidad.
Ha llegado la hora del “homo reciprocans” o solidario, en detrimento del “homo oeconomicus” o egoísta.