El presidente Luis Abinader ha declarado de alta prioridad nacional la aplicación de una política de ahorro y eficiencia energética en todos los órganos de la Administración Pública que se encuentran bajo la dependencia del Poder Ejecutivo.
En un país en el que los anuncios contra el dispendio desde el Estado son comunes, no hay por qué hacer mucho caso de este tipo de iniciativas, que suelen durar lo que un suspiro.
Pero el momento en el que ocurre el anuncio inclina, sin embargo, mueve a preguntarse por lo que ha sido divisado por el Gobierno en el horizonte. ¿Se avecinan días borrascosos en el suministro de combustibles? ¿Puede el mundo, o el país, vérselas con un quebradero de cabeza en el plano energético en los días porvenir?
A decir verdad, no es la primera vez que desde el Poder Ejecutivo es anunciada una política de ahorro de combustibles y de energía apagando bombillas y acondicionadores de aire.
La concurrencia de conflictos en el mundo, los acuerdos del cartel del petróleo para cerrar los grifos, la inflación que agarrota los dedos de los bancos centrales sobre las tasas de política monetaria y el vuelco chino hacia el mercado interno, son fuertes indicios de que el mundo está lejos de haberse ajustado a una buena marcha tras el retorno a una normalidad enjabonada.
Bueno sería tomarle la palabra al Ejecutivo y acogernos cada vez más a la temperatura ambiente, cuidar de que allí donde es posible la iluminación con una bombilla no tengamos dos y hacer del ahorro energético un hábito a tono con nuestra condición de compradores de combustibles.
Después de todo, si la vuelta de tuerca nunca se produce al final habremos integrado un comportamiento provechoso.