Medellín ha avanzado tanto que el recuerdo de Pablo Escobar apenas sobrevive en una tumba gris y casi olvidada. En una ciudad vibrante, educada y transformada, la sombra del narcotraficante se empequeñece frente al progreso de una sociedad que decidió ser mucho más que su pasado.
Recientemente visité esa hermosa ciudad primaveral y quedé fascinado por la educación de su gente, sus calles llenas de árboles, su eficiente sistema de transporte: autobuses, dos líneas de metro, un monorriel, taxis…
Quería “beberme” la ciudad en una semana: sus museos, parques, pequeños y grandes negocios, restaurantes y vendedores callejeros. Obvio, no pude abarcarlo todo, pero caminé lo suficiente para confirmar que Medellín es mucho más de lo que presentan Netflix y las narcoseries. Hay una oferta permanente de actividades culturales gratuitas y de calidad, promovidas por la alcaldía.
Ya están probando las luces de Navidad. Es impresionante ver el espectáculo multicolor sobre el río Medellín, que atraviesa la ciudad de sur a norte, admirado tanto por paisas como por visitantes.
Otra experiencia emocionante fue la visita a Guatapé: ascender por los 708 escalones hasta la cima de La Piedra, y contemplar el lago que cubre lo que antes fue parte del pueblo. Esas aguas represadas allí mueven las ocho turbinas de una hidroeléctrica que aportan 560 megavatios al sistema. Impresionante el colorido de un pueblito llamado El Peñol, la hospitalidad de su gente y el trato al turista, sin sobreprecios ni trampas: solo buenas atenciones y precios razonables.
Por supuesto, también estuve en la Comuna 13, aquella barriada que antes fuera escenario de matanzas entre pandillas e incursiones guerrilleras y que hoy es una auténtica atracción turística. Anduve por sus empinadas calles, penetré en sus callejones, visité bares, y conversé con la gente con plena confianza: los mismos “tígueres” del barrio se encargan de que no te pase nada. Hay todo tipo de negocios, murales, música, el arte brota por todas partes. La alcaldía instaló varias escaleras eléctricas más modernas que las del metro de aquí.
Lo ocurrido la Comuna 13 es un fenómeno digno de estudio. No es matando: es integrando a la gente como se logran cambios reales.
Pero, tal como me sugirió mi guía y amigo Pedro Ángel, quien se ha asfixiado de (y en) Medellín, también valía la pena visitar la tumba del “Patrón del Mal”, Pablo Escobar Gaviria.
La última morada del capo que en su momento dinamizó la economía de Medellín, y al mismo tiempo la bañó de sangre, estaba allí frente a mí, a mis pies. Era una tarde gris. Caía una llovizna fría. Junto a la tumba apenas unas flores sueltas, al lado las de sus padres y una hermana. Nada especial. Nada.
Los restos de quien llegó a controlar casi todo yacen al costado de una iglesia tan gris como aquella tarde. Nosotros dos y un par de curiosos éramos los únicos presentes. Pablo Escobar estaba más frío y olvidado que Pedro Páramo allá en Comala.
Decepcionados, Pedro Ángel y yo reflexionábamos, justo encima de aquella tumba infinitamente fría, sobre lo irracional que suele ser el ser humano cuando se empeña en acumular poder y riqueza, cuando se deshumaniza, se cree superior y no le importa sembrar terror. ¿De qué sirve tanto poder, tanta maldad, si al final no eres más ni mejor que nadie?
Pablo Escobar vivió apenas 44 años, y la hermosa ciudad ha logrado pasar esa funesta página, pues definitivamente: Medellín y su gente son mucho más que un sanguinario narcotraficante.
Creí que podía beberme la ciudad en una semana, pero fue Medellín la que terminó bebiéndose mis prejuicios y devolviéndome otra mirada, más simple, más limpia, más cierta.
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German Marte
Periodista dominicano. Comentarista de radio y TV. Prefiere ser considerado como un humanista, solidario.