Ante la reunión de la OEA

Ante la reunión de la OEA

Ante la reunión de la OEA

Rafael Molina Morillo, director de El Día

Sería una hipocresía de mi parte negar que me produjo una íntima y profunda satisfacción, rayando casi en la vanidad, la dedicatoria a mi persona que hizo Tony Raful de su artículo “¡Y cómo no me voy a reír de la OEA!”, publicado el martes 7 de este mes en el “Listín Diario”.

Sin que parezca un vulgar y simple intercambio de elogios, hay que admitir que el solo hecho de que un intelectual de la talla de Raful se ocupe de una persona determinada constituye una distinción digna de atención. Pero, además, la trascendencia del tema tratado por el laureado poeta y político de que se trata, merece, por su actualidad e importancia, un comentario especial.

Se refiere Raful, con lujo de detalles, al triste papel jugado por la Organización de Estados Americanos (OEA) cuando en aquel oprobioso mayo de 1965 validó la invasión militar del territorio dominicano por fuerzas de los Estados Unidos disfrazadas de “Fuerza Interamericana de Paz”, y concluye expresando su apoyo a la propuesta que hice recientemente para que, aprovechando que la OEA se reunirá en Santo Domingo dentro de pocos días, el organismo internacional pida oficialmente perdón al pueblo dominicano por el oprobio a que este fue sometido en aquella ocasión.

Como bien señala Tony Raful, no basta que el señor Luis Almagro, secretario general (de la OEA), haya presentado sus excusas a título personal, pues la gravedad del caso requiere un pronunciamiento institucional de desagravio, mediante una resolución formal de la Asamblea de la OEA. El Presidente tiene una oportunidad histórica para que, reclamando ese desagravio en el mismo territorio mancillado, quede consagrado como intermediario válido de las mejores causas del pueblo dominicano.

Ojalá que esta iniciativa encuentre eco tanto en las esferas oficiales como en el corazón del pueblo, no porque sea iniciativa mía o de Tony Raful, sino porque se trata de corregir un tremendo error histórico que, de no hacerlo, manchará para siempre tanto a nuestro agraviado país como a los verdugos que hollaron nuestro suelo con sus botas criminales.



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