Ante la acción vergonzosa de Santiago Riverón

La autoridad pública, electa mediante el voto popular o por designación administrativa, es la más llamada al cumplimiento de las normas que configuran un Estado Social y Democrático de Derecho, fundamentado en la dignidad de las personas, como es el caso de la República Dominicana.
En virtud de lo anterior, todo funcionario debería, siguiendo el ideal kantiano, ceñir sus actuaciones a lo políticamente responsable y lo éticamente incuestionable.
Sin embargo, a veces se tiene que sufrir la vergüenza ajena ante acciones reprochables como la escenificada, a mediado de semana, por el alcalde de Dajabón, Santiago Riverón, que ultrajó a menores haitianos ilegales que pernoctaban en el parque Juan Luis Franco Bidó, del referido municipio situado en la frontera con la República de Haití.
De hecho, a fin de situarnos en un contexto más amplio, hay que recordar que todavía para buena parte de los pobladores de la referida demarcación, Riverón no ganó las elecciones municipales celebradas en febrero del año 2024, sino que permaneció en la posición gracias a injerencias del poder político cuyas olas se mueven a su favor. De ser así, él es un alcalde revestido de legalidad, mas no el legítimo que confiere el voto popular.
Hasta el Consejo Nacional para la Niñez y la Adolescencia (Conani) rechazó las acciones del funcionario, acusándolo de actuar de “manera arbitraria e irregular”, violentando los protocolos establecidos para el abordaje de casos de niños, niñas y adolescentes en situación de calle y/o movilidad, y las disposiciones de la Ley 136-03, Código para la Protección y los Derechos Fundamentales de Niños, Niñas y Adolescentes.
El ejecutivo municipal al parecer desconoce la existencia del derecho a la integridad personal y al traslado o retención ilegal de las personas menores de edad.
Al contrario, en vez de mostrar arrepentimiento frente a su ultraje e irrespeto a la dignidad humana, lo que hizo fue exhortar a las personas que criticaron su accionar a que adopten dos o tres menores haitianos. “Pero el tema mío no es un tema de odio ni nada de eso, el tema mío es un tema de orden de cultura y organización; nosotros no podemos permitir que los haitianos se coman nuestro país, como se comieron el de ellos, que solamente hay un pedazo de tierra con personas que dicen ser seres humanos en ese territorio”, dijo.
Ese tiempo de comportamiento lacera el alma todo aquel que siente respeto por la dignidad humana. Aunque resulte inverosímil, lo trivial, baladí, insustancial, banal, superficial y nimio se va imponiendo de manera acelerada a lo trascendental, importante, profundo, significativo y relevante.
Lo que ocurre en torno a figuras que no pasan la prueba del buen ejemplo ocupan lugares de preponderancia en la sociedad dominicana.
El juicio reflexivo, la conceptualización y las buenas prácticas de vida van en decadencia. Poca cosa se hace para la construcción de una sociedad forjada en sólidos valores morales. La mentira se va constituyendo en la regla y la verdad en la excepción.
Los valores sin acción son iguales a la incongruencia. Si queremos ver una República Dominicana diferente, una sociedad más equilibrada, justa, responsable, innovadora y un futuro más alentador y competitivo, entonces ha llegado el momento de reflexionar y tomar en cuenta el significado de los valores más trascendentales para nuestras vidas y la sociedad.
El secreto del éxito de toda persona radica en caminar hacia la disminución de sus defectos y el incremento de las virtudes.
Realmente me apena que Santiago Riverón sea mi compueblano. Lo que hizo se trató de una vergüenza.
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