Una de las notas curiosas publicadas ayer en EL DÍA nos habla de una disposición del Congreso Nacional del Pueblo de China, mediante la cual se castigará con multas a los hijos que no visiten cada cierto tiempo a sus padres mayores de 60 años.
A primera vista, parecería que se quiere someter los sentimientos filiales a reglas oficiales dictadas por alguna oficina pública. Y eso repugna.
El amor, sea de hijos a padres o de amantes a sus parejas, o como sea, no puede ser obligatorio.
Sin embargo, la medida en cuestión también tiene su lado bueno. ¿Cuántas personas de avanzada edad en el mundo no viven en terrible soledad porque sus hijos, talvez atareados por los compromisos del diario vivir, dejan pasar días y días sin visitar a sus progenitores y llevarles un poquito de amor?
La madurez es una virtud, pero la vejez es una enfermedad inevitable e incurable. Solo el amor renovado de los hijos sirve como tratamiento para hacer la vida digna de vivirse.
Después de todo, talvez los chinos tienen razón.