¡Amarre su loca!

¡Amarre su loca!

¡Amarre su loca!

El fin de semana pasado me llevé un tremendo susto. Estaba en la cafetería  de una amiga,  cuando de pronto vi entrar una mujer con  la ropa  muy sucia, totalmente despeinada  y con un saco lleno de cachivaches colgado de su espalda, la cual exigía que le entregaran  un refresco de cola en actitud agresiva. Mi amiga se negó rotundamente  y llamó a su esposo para que controlara la situación, ya que los clientes estaban empezando a incomodarse por el mal olor que ésta persona emanaba. Después de algunos insultos la señora de ademanes agresivos se marchó del lugar, esperó  que nos descuidáramos  y volvió al negocio,  introduciendo rápidamente una mano en el refrigerador y logrando sacar su tesoro, para luego salir corriendo como toda una loca.

Según mi amiga, esta no es la primera vez que ocurre esta situación. Me cuenta que esta escena se repite casi diariamente  y que, en ocasiones, acceden atender  su demanda por temor a que le vaya a hacer daño a alguna persona o provoque problemas al negocio. En una ocasión esta misma persona se presentó en un pequeño negocio de una hermana de mi amiga pretendiendo llevarse algunas mercancías, a lo que se rehusó la propietaria, teniendo como respuesta un fuerte golpe con un palo que la dejó sentada por un buen rato.

Frente a la angustia evidente de mi amiga, le pregunté que si no había llamado a las autoridades competentes para que le resolvieran ese inconveniente. La respuesta de mi amiga me hizo recordar nuestra realidad. Me dijo “¿y a quién voy yo a llamar si este país es un desorden? Aquí no hay autoridades para resolver los problemas, solo sirven para crear más problemas  y agravar los que ya existen. Cuando hemos hablado con los policías del sector lo que nos han dicho es: ¡amarren ustedes su loca!”.

Qué drama tan doloroso: una mujer sumergida en la profundidad de sus problemas mentales que es victimaria de la tranquilidad de una humilde familia de trabajo. En definitiva ambas resultan víctimas de la indolencia y la ausencia del Estado en la solución de problemas simples.

En cualquier lugar de  la República Dominicana nos encontramos con situaciones como ésta. Son muchas las personas con problemas mentales que deambulan por nuestras calles expuestos a ser violados, brutalmente golpeados y maltratados sin que ninguna institución esté pendiente de su destino. Muchos hemos sido testigos de la penosa situación en la que se encuentran personas que padecen enfermedades  mentales, a quienes se les ve caminando totalmente desnudos por las calles sin que nadie tome cartas en el asunto.

Lo más doloroso es que estas personas podrían volver a integrarse de manera normal a la sociedad y ser entes productivos si encontraran algún apoyo para llevar un tratamiento médico psiquiátrico.  Lamentablemente han sido abandonados a su suerte por sus familiares, por la  sociedad y  por el Estado,  que es el que, en última instancia, está obligado a velar por el bienestar de los ciudadanos sin importar su condición política, económica, social.

En otros países, algunos con igual grado de desarrollo que el nuestro, muy  rara vez se puede apreciar un espectáculo de mal gusto como el que se ve a diario  en nuestras calles. En esas naciones todas las formas de vida son respetadas y protegidas por el Estado y se procura la vida digna del que está sano y, con más empeño, del que no puede valerse por sí mismo.

En éste, nuestro suelo querido, al parecer solo se toma en cuenta a quienes son útiles para el clientelismo politiquero, sobre todo en tiempos electorales. Todo aquello que no sirva para enriquecer a algún grupo en el poder no merece atención, y solo tiene como respuesta la cultura de “hacerse de la vista gorda”.

Antes había una institución en nuestro país que se encargaba de atender a las personas con problemas psiquiátricos, todos la recordamos como “El 28”, que por alguna razón abandonó su misión, teniendo como resultado que muchos de los que deberían estar ingresados como pacientes en dicho centro estén en la calle, sirviendo de argumento a quienes dicen que hay más locos fuera que los que están en los centros psiquiátricos.

A mi humilde parecer, los más locos de todos los locos son los que han decidido abandonar a su suerte a toda esta gente. Esos son los que están de amarrar para que concluya ésta etapa de irresponsabilidad estatal que sólo podría explicarse por la existencia nebulosa de los que han perdido todo juicio moral.