Una sonrisa, devuelve una sonrisa. Un gesto de amabilidad suele venir acompañado de una corriente positiva entre las personas que hace que te sientas bien.
Parece algo obvio, hasta sencillo. Pero en la vida real solemos dejar de lado ser amables, estamos tan metidos en nosotros mismos, en la rapidez, en las responsabilidades… que no miramos a las personas, mejor dicho, no las vemos y, por ende, no nos tomamos el tiempo de ser amables.
A veces, un simple “buenos días, ¿cómo estás?” hace que todo sea diferente. La otra persona se siente agradada, que la tomas en cuenta y se va a crear esa conexión natural, que nos define como seres sociales, pero lo va a hacer de una manera positiva para ambos.
El hecho de agradecer a alguien que te está sirviendo o haciendo algo por ti, es otro acto de amabilidad que solemos olvidar, como ese es su trabajo, para qué tomarnos el tiempo de agradecérselo. Pues por el simple hecho de ser amable, de ser agradable y hacer sentir a los demás como tal también.
Si llegas a un lugar sin ni siquiera saludar ya estás creando unas barreras, unas conexiones negativas que, creyendo tú que es lo que quieres, al final solo logra aislarte dentro de tu propio estrés.
Si miras a los ojos, das la mano, hasta un beso en la mejilla al tiempo que entablas una conversación, aunque sea trivial, verás que se disipan por segundos esa sensación de rapidez, de demanda que siempre tienes y, aunque regresa, ya lo recibes con otro ánimo.
Soy de las que piensa que ser amable con los demás es algo que te hace más feliz a ti, porque sentir que a tu alrededor se va creando esa vibra positiva al final se queda contigo.
Sean amables.