Si el racismo no resiste la más elemental evidencia que somos una única especie los seres humanos y que nuestras diferencias son fenotípicas a nivel de rasgos físicos, y sin vinculación alguna con esos rasgos las distinciones en cuanto inteligencia y talento, surge la pregunta de los motivos que han llevado al racismo a ser tan relevante en la historia del género humano. Y más allá del racismo, los motivos que han justificado la discriminación a grupos humanos por su lengua, sus rasgos culturales, sus ideas religiosas, sus hábitos alimenticios, y en el seno de cada una de las sociedades la discriminación contra personas por su género, su edad, su nivel de riqueza, oficio u otros rasgos. ¿Qué vínculos existen entre el poder y la negación de la alteridad?
La formación del Estado en cuanto estructura de poder en el seno de las sociedades surge en el neolítico cuando grupos humanos domesticaron animales y plantas, pudiendo reunir a centenares y miles de individuos en estructuras productivas y la gestión del agua, donde unos pocos mediante la violencia tomaron el control del poder sobre las mayorías. El poder concentrado en el Estado se basó en grupos armados que sometían mediante castigos, hambre y humillación a grandes mayorías. Las guerras, aparte de la adquisición de territorios y fuentes de riqueza natural, se convirtieron en reclutamiento forzado de trabajadores en condiciones de esclavitud. La formación del Estado generó formas de legitimación de dicho poder mediante discursos y ritos religiosos, mitos que exaltaban a determinadas razas o familias asignándoles origen divino, y la denigración de los otros, los explotados y marginados, con acusaciones de pecados, defectos o inferioridad, que justificaban tratarlos como animales.
Un buen ejemplo de esos procesos de legitimación y deslegitimación. Al finalizar el siglo XV e iniciarse en el XVI en nuestra isla nos encontramos con dos discursos opuestos en torno a la dignidad de los tainos. En el Santo Cerro se construyó el mito de que la divinidad justificaba que los españoles explotaran y mataran a los indígenas, pero pocos años después unos monjes dominicos reprochan a los españoles que no consideraran como seres humanos a los tainos y los amenazan con la condenación eterna. Ambos discursos asumidos por hombres provenientes de la misma tradición religiosa. El racismo castellano, hasta el punto de negarles la humanidad a los aborígenes, tenía una razón económica: disponer de mano de obra gratis para generales riqueza. Igual criterio aplicaron con los africanos que trajeron encadenados a nuestra isla, pero lamentablemente estos últimos no tuvieron un Montesinos.
El tema de la esclavitud de los africanos y africanas durante los siglos XVI al XIX, basado en criterios racistas, ya que se le negaba dignidad humana por el color de su piel, encontró a muchos religiosos -católicos y protestantes- dispuestos a sacarle provecho al trabajo de ellos y prestos a legitimar bíblicamente una supuesta inferioridad de estos hombres y mujeres. Otros, pocos, protestaron constantemente por esa situación, pero era marginados en sus iglesias y perseguidos por los grandes dueños de esclavos y funcionarios de los Estados. En el siglo XIX la esclavitud africana en América colapsó, no por un reconocimiento de su dignidad, sino porque el desarrollo de las máquinas de vapor que inutilizaba la ventaja económica del uso de mano de obra esclava. Pero el cese de la esclavitud no detuvo el desarrollo del racismo, y la marginación y empobrecimiento de las poblaciones negras.
En el caso dominicano el racismo tiene dos rasgos significativos: a) por un lado el antihaitianismo que sirve para mantener poblaciones de nuestra vecina nación en condiciones de ilegalidad para explotarlos sin límites y b) la aporofobia propia de la pequeña burguesía dominicana que asigna la negritud a los pobres de nuestro pueblo. En nuestra sociedad el racismo es tan radical que el ascenso económico, mediante el trabajo o la corrupción, “blanquea” a quienes llegan a ser parte de la clase media o alta.