Aliento, esperanza y nuevas

Aliento, esperanza y nuevas

Aliento, esperanza y nuevas

Roberto Marcallé Abreu

Uno está lejos, distante. Mira los alrededores y se siente un tanto extraño. El verdor, el azul tenue del cielo, el panorama, mujeres, niños, muchos jóvenes…

Estos mares son grises. La gente es amable y consagrada a sus afanes. La naturaleza es vigorosa y la arboleda está desbordada de avecillas. Los vehículos que transcurren a nuestro lado respetan rigurosamente las normas.

En momentos así es cuando se siente la intensidad de la condición humana y los lazos invisibles y poderosos que nos unen.

En algunos aspectos nos parecemos mucho. Definitivamente, en la infinita diversidad humana somos una sola persona. Esperanzas y sueños. El dolor, el sufrimiento, las limitaciones y los periodos de crisis nos afectan profundamente a todos. Solo que no permitimos que nos abandone la esperanza.

Granada es un lugar distante a decenas de kilómetros de Managua. Es agradable recorrer kilómetros de carreteras perfectamente asfaltadas y señalizadas. Se aprecia el orden y el equilibrio de los conductores, su sobriedad, el respeto por las normas y las advertencias. Sentados alrededor de una mesa que en días festivos se colocan en medio de la calle para que las familias compartan, uno mira la gente pasar.

Este es un país de economía sólida y creciente, que ha tomado medidas rigurosas para evitar que la pandemia provoque los estragos de los que tenemos noticias. Las personas acogen las disposiciones y los representantes de la autoridad proceden con amabilidad frente al ciudadano, pero las leyes hay que cumplirlas.

Como es evidente, los estragos universales del virus han provocado una reducción del empleo y una disminución en las actividades económicas. Proliferan los vendedores de toda clase de artículos en las calles.

Las estadísticas que se manejan, evidencian, no obstante, que la economía posee un gran vigor, una significativa capacidad de recuperación y que las perspectivas futuras son promisorias.

Es admirable que en una ciudad como Managua no haya ruidos. Es una ciudad apacible, aunque muy viva, pero el relativo silencio es una bendición. Camino por barrios de gente de clase media en sus diversas franjas y no observo ninguna actitud violenta.

Ni escándalos, ni esa chercha grupal estridente, ni esa proliferación de gente extraña, tatuada, de lenguaje incomprensible que abunda en todas partes, ni esa horrible música estremecedora y degradada tan del agrado de algunos.

Pienso, para mis adentros, que en este proyecto de rehabilitación total de República Dominicana que dirige el presidente Abinader, un país devastado por la corrupción y la politiquería barata por anteriores administraciones es preciso rehabilitar aspectos de nuestras costumbres que hacían más llevadera la existencia.

El silencio. El imperio de los valores ciudadanos. La sobriedad. La decencia. Frenar las manifestaciones de libertinaje.

Yo siento, a esta distancia de miles de millas, que poseemos capacidades increíbles como pueblo y como país. Los proyectos encaminados a modernizar nuestras instituciones y liberarlas de la ominosa carga de la corrupción, marchan con una celeridad adecuada. Es un empuje sin precedentes la labor de la justicia que se proyecta en todo el ámbito social.
Despacio, el país se va deslizando hacia la normalización, pero se trata de un proceso, complejo y difícil, cuyos resultados es preciso aguardar.

Es un arduo camino a recorrer. Un paso de avance a largo plazo y de un considerable impacto es la adquisición y aplicación de la vacuna contra el Covid-19, lo que nos proporcionara un sensible y significativo respiro.

En similar orden marchan los negocios, el turismo, actividades esenciales como la recuperación de la actividad productiva, la generación de empleos, y la agresiva campaña del Ministerio de Relaciones Exteriores para fomentar el turismo, brindar facilidades para la inversión, el fomento de las zonas francas, incrementar la exportación de productos nacionales, crear un extendido clima de negocios.

Es preciso tomar en consideración los esfuerzos oficiales en beneficio de las personas desamparadas y desempleadas. En mi interior, siento renacer la esperanza.



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