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Algo huele mal…

Algo huele mal, y no precisamente en Dinamarca, como diría el príncipe Hamlet en la obra shakesperiana. Me refiero, más bien, al extraño giro judicial que está tomando en los últimos días el más sonado caso de narcotráfico que registra la Historia dominicana.

Hay, lamentablemente, una percepción creciente de que no será tan fácil para la Justicia demostrar la culpabilidad de los acusados de practicar el tráfico de drogas y el lavado de activos, con sus secuelas de asesinatos, sicariato y secuestros.

Esos temores de que al final triunfe la impunidad sobre el castigo se fundamentan, supuestamente, en que las pruebas aportadas por el Ministerio Público son débiles o los plazos estipulados por la Ley no han sido cumplidos para llenar determinadas formalidades del procedimiento judicial.

El Derecho no es, como las Matemáticas, una ciencia exacta, sino una muy complicada y sujeta, en muchos casos, a la interpretación. Dicen que cualquier caso que se ventile en los tribunales tiene tantas probabilidades de ser ganado como de ser perdido, todo dentro del marco de la Ley.

Lo preocupante en el caso de narcotráfico que hoy concita la atención de la opinión pública es que, si todo se vuelve sal y agua, si no hay castigo para tantos episodios escandalosos y sangrientos que han ocurrido vinculados al mismo, la gente acabará de perder el poquito de confianza en la Justicia que le queda.

Ese es, precisamente, el temor que se percibe en el ambiente. Porque cuando se agote por completo la esperanza de contar con una Justicia libre, independiente y responsable, la única opción disponible será la justicia aplicada por la propia mano. En otras palabras: el caos, de donde nunca se regresa.

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