De repente Albert Einstein se detuvo, agarró del brazo a Marie Curie y le dijo: «Comprenda que lo que yo necesito saber es qué les ocurre exactamente a los pasajeros de un ascensor cuando cae al vacío».
Caminaban por un hermoso valle alpino del este de Suiza, donde estaban de vacaciones.
Curie, que se recuperaba de unos problemas de salud, llevaba su mochila en el hombro.
Era el verano de 1913 y ambos estaban acompañados por sus hijos: Einstein por el mayor, Hans Albert, y Curie, por Irene y Eve.
Es gracias a la hija menor de la Nobel de Física y de Química, que conocemos esta anécdota de los dos gigantes de la ciencia del siglo XX.
«Una encantadora camaradería de genios había existido durante varios años entre la señora Curie y Einstein», escribió Eve en la biografía: «Madame Curie«.
«Se admiraban el uno al otro; su amistad era franca y leal y les encantaba mantener interminables charlas sobre física teórica, algunas veces en francés, otras en alemán».
Cuando, el 4 de julio, se cumplen 87 años de la muerte de la extraordinaria científica, BBC Mundo explora su amistad con el hombre que transformó nuestra visión del universo.
Unas vacaciones «relativas»
El plan de las dos familias «era atravesar las montañas del sudeste de Suiza hasta llegar al lago de Como, en Italia», cuenta Walter Isaacson en su magistral biografía Einstein, his life and universe («Einstein, su vida y universo»).
En las excursiones, Curie desafiaba a Einstein y le pedía que le dijera los nombres de los picos de la región, pero cuando los niños se adelantaban, hablaban de ciencia.
Fue así como Einstein se detuvo en seco y le comentó «sus ideas sobre la equivalencia entre la gravedad y la aceleración», en su famoso experimento mental del ascensor.
«Una preocupación tan conmovedora que hizo reír a carcajadas a la generación más joven, que estaba lejos de sospechar que la caída imaginaria en un ascensor planteaba problemas de la ‘relatividad’ trascendente», escribió Eve.
Ella también recordaba que junto a su hermana «captaban palabras sobre la marcha que les parecían bastante singulares» y que mientras correteaban y disfrutaban del paseo, «un poco más atrás, Einstein, inspirado, expondría a su colega las teorías que lo obsesionaban y que Marie, con su excepcional cultura matemática, era una de las pocas personas que en Europa podían comprender».
El amigo en común
Stanley Pycior es profesor emérito de Historia de Mount Saint Mary College, en Estados Unidos, y autor de Marie Sklodowska Curie and Albert Einstein: a professional and personal relationship (Marie Sklodowska Curie y Albert Einstein: una relación profesional y personal), artículo que Eve leyó antes de su publicación en 1999, en la revista The Polish Review.
De acuerdo con el historiador, Curie y Einstein se conocieron en 1909 cuando asistieron a un evento en la Universidad de Ginebra.
Cuenta que ambos tenían un amigo en común: el físico holandés Hendrik Lorentz, quien ganó el Nobel de Física en 1902, un año antes de que lo consiguieran Marie y Pierre Curie por sus estudios sobre «el fenómeno de la radiación», junto al francés Henri Becquerel, descubridor de la radiactividad.
Lorentz había conocido a los Curie en 1900 en un congreso de física en París.
Su amistad con Einstein también llevaba años.
Las ecuaciones que había concebido sobre el tiempo y el espacio fueron muy importantes en la teoría de la relatividad especial.
Cuando en una entrevista, en los años 50, le preguntaron a Einstein «a qué físico respetaba más, contestó: Hendrik Lorentz y Marie Sklodowska Curie».
La Conferencia Solvay
Pese a ese primer encuentro en 1909, fue en 1911 cuando realmente comenzó la amistad entre Curie y Einstein.
Ese año, ambos asistieron a una reunión que congregó en Bruselas a luminarias de la física y la química de Europa y que pasó a la historia como la Conferencia Solvay, en referencia a su organizador, el químico industrial belga Ernest Solvay,
El tema del encuentro era «el problema cuántico», por lo que se le pidió a Einstein hacer una presentación sobre ese tópico.
A ese primer congreso, asistieron 20 científicos, entre ellos Max Planck y Henri Poincaré.
Einstein era el más joven, con 32 años, y Marie Curie (12 años mayor que él) era la única mujer, como se puede apreciar en esta foto y en otras que incluimos en este artículo sobre los encuentros posteriores:
Esa conferencia fue evocada por Curie cuando ese mismo año Einstein le pidió una carta de recomendación para asegurarse una posición como profesor de física teórica en la Escuela Politécnica de Zúrich, su alma máter.
«En Bruselas, donde asistía a una conferencia científica en la que el señor Einstein también participó, fui capaz de admirar la claridad de su intelecto, la amplitud de su información y la profundidad de su conocimiento», escribió la científica.
Unos extranjeros
Pycior cree que uno de los aspectos que influyó en la amistad entre Eisntein y Curie fue que ambos, en determinados momentos de sus vidas, llegaron a ser percibidos en sus ámbitos intelectuales y países de residencia como unos «outsiders«, unos extranjeros.
«La primera desventaja de Curie a principios del siglo XX fue ser mujer en un círculo académico francés predominantemente masculino. Pero además era polaca».
Curie había tenido que abandonar su país porque en el lugar donde vivía -que estaba bajo control de Rusia-, a las mujeres no se les permitía estudiar en la universidad.
Por eso se fue a París, donde obtuvo las licenciaturas en Física y en Ciencias Matemáticas, en la Sorbona, y conoció a quien se convertiría en su esposo, el físico francés Pierre Curie
En 1906, tras la muerte de Pierre, Marie asumió su cátedra docente y se convirtió en la primera mujer en enseñar en la Sorbona.
«Pero a medida que su carrera académica florecía, con el descubrimiento del polonio y del radio, el resentimiento contra ella crecía», señala el historiador.
Y había otro factor: Curie era agnóstica, algo que no caló bien entre muchos franceses.
Einstein, por su parte, aunque había nacido en Alemania, era judío, «lo cual significaba en varios círculos de inicios del siglo XX que no era un alemán verdadero».
En 1894, siendo un adolescente, abandonó su país y se mudó a Suiza, donde continuó con sus estudios de secundaria y, posteriormente, fue admitido en el Instituto Politécnico de Zúrich.
En 1896, renunció a la ciudadanía alemana (para evitar el servicio militar) y, en 1901, adoptó la de Suiza, país en el que se desempeñó como docente.
«Años después, cuando obtuvo una posición de profesor en la Universidad de Berlín, fue señalado por algunos sectores de no ser alemán y atacado por ser judío».
Un amigo en medio del escándalo
Según Pycior, el hecho que terminó de cimentar la amistad de Curie y Einstein fue lo que sucedió durante el escándalo en el que la científica estuvo envuelta en 1911.
Curie, viuda desde hacía cinco años, tenía un romance con Paul Lengevin, un colega más joven que ella, que, aunque era casado, vivía separado de su esposa.
Tres días antes de que Marie ganara su segundo premio Nobel, esta vez de Química, la esposa de Langevin dio a conocer públicamente la relación de su esposo con la científica.
«Hubo artículos en la prensa francesa que retrataban a Curie como una agnóstica, destructora de un matrimonio y de una familia católica. En algunos reportes se decía que era judía».
«Multitudes curiosas se reunieron fuera del apartamento de Curie gritando consignas amenazantes contra ella», cuenta Pycior.
Y en ese amargo contexto para ella, Einstein le escribió una emotiva carta.
«(…)
No se ría de mi por escribirle sin tener nada sensato que decir.
Pero estoy tan enfadado por el modo vil en que actualmente la opinión pública se atreve a meterse con usted, que necesito absolutamente airear este sentimiento.
Me siento obligado a decirle cuánto he llegado a admirar su intelecto, su energía y su honradez. Me considero afortunado por haberla conocido en Bruselas (…)
Si la chusma sigue ocupándose de usted, deje sencillamente de leer esas tonterías. Que se queden para las víboras para las que han sido fabricadas.
(…)«
Fuente: Einstein Papers Project, Instituto de Tecnología de California, Universidad de Princeton y Universidad Hebrea de Jerusalén.
«Esa carta» -afirma Pycior- «me impresionó mucho porque Einstein la había conocido solo un mes antes y se tomó el tiempo y el esfuerzo de escribirle para expresarle su apoyo».
«Einstein y Curie parecen haber tenido eso en común», reflexiona el autor: aunque fueron reconocidos como los más grandes científicos de principios del siglo XX, hubo momentos en los que algunos miembros del público y de la prensa «se volvieron en su contra».
Y es a partir de esa carta, indica el autor, que el lazo personal entre ellos se hizo más fuerte, y siguió alimentándose a lo largo de años gracias a la pasión que ambos sentían por la ciencia.
De hecho, esa misiva tan personal, Einstein la terminó con una posdata en la que le contó que había determinado la «ley estadística del movimiento de la molécula diatómica en el campo de radiación de Planck».
Le brindó unos breves detalles, pero le confesó que su «esperanza» de validez era «mínima».
Pycior señala en su artículo que pese a que la relación entre Curie y Einstein se vio interrumpida por la Primera Guerra Mundial en 1914, la posición pacifista de ambos los ayudó a darle un nuevo impulso.
«Aunque la animosidad francesa hacia los alemanes todavía era fuerte en 1921, Marie Curie y Paul Langevin convencieron a los funcionarios de la Sorbona de invitar a Einstein a dar una conferencia en París en 1922».
Pese a que los medios de comunicación en general informaron que la presentación del físico había sido un éxito, «la prensa nacionalista tanto de Francia como de Alemania atacaron el evento», unos llamaron a Einstein «enemigo», los otros, «traidor».
Ese año, ambos científicos fueron invitados a participar en el recién formado Comité Internacional de Cooperación Intelectual de la Sociedad de Naciones, de la cual Alemania no era parte.
El Comité, cuenta Isaacson, «aspiraba promover un espíritu pacifista entre los eruditos».
Pese a unas dudas iniciales, Einstein aceptó la invitación y, de acuerdo con el autor, persuadió a Curie para que también se uniera.
Pero una serie de hechos lo harían cambiar de parecer, entre ellos, el asesinato de su amigo Walther Rathenau, de origen judío y ministro de Asuntos Exteriores, así como también amenazas de muerte que él mismo recibió, «algunas de las cuales mencionaban su involucramiento con la Sociedad, calificándola de traición a Alemania», explica Pycior.
Curie le pidió que reconsiderara su dimisión:
«Es precisamente porque existen corrientes de opinión peligrosas y dañinas que es necesario combatirlas. Creo que su amigo Rathenau, cuyo triste destino lamento, le habría instado a hacer un esfuerzo por lograr una colaboración intelectual internacional pacífica. ¿No podría cambiar de opinión?»
En medio de la tensa situación, el físico aceptó volver a unirse al Comité, pero al año siguiente pidió que lo excluyeran por desacuerdos.
En 1924, Curie le escribió:
«Le concedo que la Sociedad no es perfecta. No tiene ninguna posibilidad de serlo porque los hombres no son perfectos. Pero puede mejorar las cosas. Es el primer intento de un entendimiento internacional sin el cual la civilización corre el riesgo de desaparecer«.
Gracias a la intervención no sólo de la científica, sino de Lorentz y otros colegas, Einstein terminó regresando una vez más a la organización.
Estilos
De acuerdo con Pycior, quien pasó varias semanas estudiando los archivos de la Sociedad de Naciones en Ginebra, los proyectos del Comité fueron «las únicas actividades en las que Curie y Einstein colaboraron».
Para el autor, esa colaboración fue «fascinante» porque sus personalidades como científicos eran diferentes.
«Einstein era un físico teórico, no iba al laboratorio, creaba experimentos mentales, los visualizaba, mientras que Curie pasó toda su vida en laboratorios, era una física experimental», le dice a BBC Mundo.
«Cuando estuvieron en la Sociedad de Naciones, se complementaron: Einstein siempre abordó el panorama general, habló de la paz mundial, de la eliminación de las fronteras internacionales».
Curie trabajaba tal como lo hacía en el laboratorio, «muy pendiente de los detalles». Sirvió en varios subcomités, «su trabajo duro ayudó a todos, escribió los informes, corrigió las actas de las reuniones».
«Tenían una relación simbiótica, de apoyo científico», aunque obviamente él veía la sociedad con más desapego que ella.
Lo que Einstein admiraba de Curie
En la biografía de su madre, Eve escribió que Einstein había dicho:
«Marie Curie es, de todos los seres célebres, el único al que la fama no ha corrompido».
Curie murió a los 67 años, en 1934, a causa de una sobreexposición a la radiación.
Un año después, en un evento en su honor, Einstein le rindió un sentido tributo.
(…)
Fue una gran suerte para mí poder relacionarme con la señora Curie durante 20 años de sublime y perenne amistad. Llegué a admirar su grandeza humana cada vez más.
Su fuerza, la pureza de su voluntad, su austeridad para consigo misma, su objetividad, su juicio incorruptible… todas estas cualidades eran de un carácter tal que pocas veces se hallan en un mismo individuo.
Se consideraba servidora de la sociedad y su gran modestia jamás cedía a la complacencia. Le agobiaba un sentimiento profundo de las crueldades y desigualdades de la sociedad.
Era esto lo que le daba aquel aspecto exterior severo, que tan fácilmente confundía a quienes no la conocían (…)
Si la fuerza de carácter y la devoción de la señora Curie estuviesen vivas en los intelectuales europeos, aunque sólo fuese en una pequeña proporción, Europa tendría ante sí un futuro más brillante».
Fuente: Mis ideas y opiniones, Albert Einstein
Lo que Curie admiraba de Einstein
«Diría que lo que ella más admiraba de Einstein eran sus logros intelectuales, su conocimiento científico», señala Pycior.
«Una de las biografías sobre Curie lleva por título: ‘Genio obsesivo’ y es que era obsesiva con el trabajo científico y por eso respetaba la brillantez de Einstein, quien con solo 26 años había publicado su teoría de la relatividad especial».
Pero también, «los unía una verdadera amistad personal».
«Cuando Einstein dio una conferencia en París en 1913, Marie Curie lo atendió a él y a un grupo de científicos en su casa».
Le impresionaba que «Einstein estuviese interesado en todos los campos de la física, la química y la ciencia en general, y no solo en su propio campo».
«Alababa el hecho de que él tomara en serio su investigación y la investigación de otros científicos y que, además, quisiera aprender de su trabajo».
«Curie fue una de las primeras personas en reconocer en Einstein esa curiosidad y brillantez que lo llevarían a tratar de unificar todas las áreas de la física en una teoría de campo unificado».
La amistad de Curie con Einstein se extendió a la siguiente generación, como se ve en esta foto en la que el físico estaba con Irene, quien ganó, junto a su esposo Frédéric Joliot, el Nobel de Química de 1935.
A Pycior le sorprende que la amistad entre Marie Curie y Einstein no haya recibido más atención, pese a estar presente en sus biografías.
Y es que como dijo Einstein, fue una amistad de más de 20 años, «sublime y perenne».
Y sobre el experimento mental del ascensor…
Para muchos expertos, imaginar ascensores en caída libre fue una de las claves para que Einstein concibiera la teoría de la relatividad general.
«La idea que pretende transmitir el experimento es que es imposible distinguir el resultado de un experimento físico local (es decir que involucre dimensiones pequeñas durante un intervalo corto de tiempo), realizado en un laboratorio en caída libre, de lo que sucedería en un sistema inercial, es decir, que se mueve con velocidad constante y se encuentra muy lejos de cualquier fuente de gravedad».
Así se lo explica a BBC Mundo Jesús Fernando Barbero, investigador científico del Instituto de Estructura de la Materia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España.
«Localmente, es posible simular un campo gravitatorio mediante un sistema de referencia acelerado».
«De esta manera Einstein pudo identificar fenómenos físicos que se tendrían que producir en una teoría relativista de la gravitación estudiando el resultado de experimentos ideales realizados por observadores acelerados en el espaciotiempo de la relatividad especial».
Imaginar… Ese es el secreto. Einstein ya lo había dicho en 1929:
«La imaginación es más importante que el conocimiento».