En las tradiciones semitas de la biblia el trabajo es presentado bajo dos formas opuestas. En el primer relato es parte de la plenitud del ser humano, hombre y mujer: “…henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.” En el segundo el trabajo es visto como castigo: “maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida (…) Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado.”
El trabajo refleja ambas realidades. Por un lado plenitud del hacerse humano de cada persona. Es actividad constructora y ejercicio de la voluntad, es responsabilidad por el sustento propio y colaboración con los demás. Pero a la vez ha sido desnaturalizado por sistemas políticos y económicos que explotan el trabajo de las mayorías y lo convierten en maldición para la existencia de los pobres. Sin olvidar la destrucción de la naturaleza que impulsa la ambición del sistema capitalista actual.
No es menester citar a Marx o la Doctrina Social de la Iglesia para entender que todos los seres humanos merecemos tener un trabajo digno donde podamos servir a la sociedad y generar los recursos necesarios para sostenernos y sostener a los nuestros. Sea la tarea más física, la producción más intelectual o la creación artística, merece generar el suficiente sustento para el trabajador o trabajadora.