Como si se tratara de un designio mágico, de ganar el año 4 en cada década de la etapa otoño invernal del béisbol dominicano (desde 1955-56), los Tigres del Licey coronaron el correspondiente al 2024 con lo que pareció el conjunto de menor solvencia de su deslumbrante historia, solo a base de que llaman mística, de raza ganadora.
Un equipo que en cada etapa de la competición se mantuvo al límite bajo de la zona clasificatoria, nunca en la cima, con una estructura que no se cohesionó y si bien dio cada paso adelante, medió el descalabro de franquicias que lucían más potentes, como las Águilas Cibaeñas y Toros del Este en la ronda regular; Gigantes del Cibao en el Round Robin.
En el sector ofensivo, los Tigres se mantuvieron a flote las semanas iniciales con los aportes de su capitán y líder Emilio Bonifacio, Mel Rojas Jr., Dawel Lugo y Michael de la Cruz; Miguel Andújar a partir del primer mes; los ocho partidos que disputó Ronnie Mauricio hasta su severa lesión; y el despertar en la segunda mitad del inicialista Ramón Hernández, junto a Francisco Mejía y por momentos Arístides Aquino. Con ellos, un pitcheo tambaleante que se estabilizó sobre la marcha.
Pero ese núcleo duro del personal nativo no tuvo el respaldo que se supone brindarían los importados que Operaciones de Béisbol y su gerente Audo Vicente puso de entrada y hasta el final a disposición del dirigente José Offerman y de su sustituto Gilbert Gómez. Lo anterior obligó a Offerman a experimentar con el cátcher De la Cruz en primera, segunda base y hasta de bateador designado y dar titularidad con frecuencia a Michael de León.
Otro elemento que señaló a la gerencia como la menos eficiente fue lo relativo a las adquisiciones con transacciones con otras franquicias o por medio de la Agencia Libre en su primer año de implementación. Excepto Miguel Andújar, los demás mostraron su peor versión en la liga, como fueron Danny Santana, Domingo Leyba, Alen Hanson y Robel García.
Si bien fue un enorme acierto seleccionar a Gustavo Núñez en el sorteo de reingreso (lo cual se esperaba o a Jorge Mateo, tomado por los Leones) no tanto lo fueron Yadier Hernández (terminó arrastrando el bate con las Águilas) y Starling Castro, quienes no mejoraron la defensiva y ni tampoco fueron decisivos en ofensiva.
Si damos un repaso a las estadísticas globales de la ronda regular, vemos que el Licey en la mayoría de los renglones ocupó posiciones de rezago. Fue cuarto en hits conectados, último en dobles, líder en triples (único), segundo en jonrones (igualado con las Águilas), penúltimo en impulsadas y anotadas, últimos en robos (29 comparados con los 101 de las Estrellas y 44 de los Toros, penúltimos), el que menos bases por bolas recibió, cuarto en ponches recibidos, quinto peor en bateo colectivo, en igualdad con Estrellas con el menor OBP, cuarto en SLG y quinto en OPS.
En el Round Robin se comportó de la manera siguiente: tercero en anotadas, último en hits y dobles, primero en triples, igualdad en jonrones con los Gigantes, líder en impulsadas (70, solo una sobre Leones y Gigantes), menos bases por bolas y más ponches recibidos, menos bases robadas, más bajo promedio de bateo, segundo en OBP, tercero en SLG y en OPS.
Con marcada deficiencia ofensiva y defensiva e inferioridad reconocida respecto a las Estrellas Orientales en pitcheo abridor y más o menos en igualdad en el bullpen, se presentó el conjunto azul a la Serie Final.
Con la serie adversa 0-2, el Licey apeló a la mística, la estirpe ganadora que le es inherente y algunos pretenden negar. Inició una épica remontada que conllevó ganar tres partidos (de cuatro) en casa del oponente, colosal. Con una ofensiva al límite, aupada por el intrépido Capitán ‘el Boni’, un enorme “Pichito” Núñez (con justicia JMV) y Dawel Lugo.
Y un relevo eficiente en casi toda la Final que tuvo su síntesis en la espectacularidad de cómo retiró los últimos ocho outs del decisivo séptimo juego, en la línea (3-2 carreras): con la vuelta del empate en circulación en el séptimo inning, Jonathan Aro dominó con elevados a tercera a Dairon Blanco y Raimel Tapia; Jean Carlos Mejía, implacable, en el octavo ponchó a los temibles Robinson Canó, Lewin Díaz y Miguel Sanó.
Jairo Asencio, que suele poner nerviosos a los suyos en su tarea salvadora, el “recordman” de todas las etapas tuvo el cierre más fácil de la temporada: Yangervis Solarte elevado al cátcher, ponche con “checkswing” a Webster Rivas, elevado a segunda de José Barrero y a celebrar la 24ta corona en el 2024.
¡Un triunfo liceísta altamente celebrado por lo sufrido, con el equipo de menor jerarquía en las veces que ha celebrado, clasificando al límite en cada etapa, apelando cada vez a su estirpe, a su raza ganadora!