Uno de los derechos más sagrados que tiene el ciudadano en democracia es la facultad de decidir en qué otro ciudadano delegará su representatividad en la administración de la soberanía que recae sobre el pueblo.
A eso le llaman democracia representativa, algo que en los regímenes dictatoriales, autocráticos o monárquicos no se practica.
El liderazgo tiene derecho a ejercer sus influencias para convencer al votante, más no puede privarlo de la libertad de decidir por quién votar.
Hay personas que forman parte de colectivos que en una distorsión de su misión se abrogan una representatividad que nadie les ha dado y que suelen decir que hablan en nombre de un pueblo que ellos no representan.
Los dominicanos se aprestan a elegir gobernantes y congresistas que tendrán la responsabilidad delegada de conducir el Estado teniendo como norte la búsqueda del bien común y la consolidación de los derechos del ciudadano.
Afortunadamente, en la democracia dominicana no se imponen listas como las de Joseph Fouché en los momentos convulsos de la Revolución Francesa o la quema en hoguera por creencias.
El Estado es garante de derechos para todos, no importa sexo, razas o creencias.
En las próximas elecciones estaremos eligiendo a un Presidente y un Vicepresidente garantes de derechos para todos y promotores del bien común de todos. Estaremos eligiendo a legisladores que entendamos decentes, capaces de priorizar el bien colectivo sin olvidarse de las minorías o los vulnerables.
Desconfíe de quienes intenten manipular sus creencias para inducir un voto interesado o generador de sectarismos propios de épocas ya superadas.
El voto es una acción cívica que se ejerce en el marco de la absoluta libertad.