Definitivamente seguirá el incremento de los precios de los combustibles en lo inmediato. Y eso será la constante durante el resto del año, porque habrá un comportamiento fluctuante del precio del barril del petróleo hasta finales de 2022.
Se prolongue o no la guerra.
Los efectos de esa situación deberían incidir de manera moderada en todos los sectores de la economía del país, si se toman medidas de precaución.
De combustibles se nutren todos los sectores que, de una u otra forma, traspasan los costos a bienes y servicios, incluidos los productos básicos de la canasta familiar.
Y consumidores de alimentos, bienes y servicios, somos todos los dominicanos.
No hay que ser economista para saber que los precios de los carburantes repercuten a diario en el mercado nacional y todos los productos de venta, pero la alteración de precios debe producirse de manera socialmente sensible, calculada para el beneficio de la mayoría y de manera racional.
Hay sectores económicos del país que se comportan como mundos conexos. De ahí que los altos precios de los combustibles se sientan inmediatamente y de manera cíclica en otros renglones, como por ejemplo la factura eléctrica, el transporte público, los pasajes aéreos, alquileres, medicamentos y, de manera alarmante, en los productos alimenticios.
Hay que ver más lejos y que desde el gobierno se insista en una actitud firme de Estado, ¿con que propósito? Creando un nivel de entendimiento para que los sectores productivos y de garantía alimentaria que no se vean muy sensiblemente afectados con el aumento de los combustibles también produzcan una variación significativa en el precio de bienes y servicios y alimentos de consumo masivo.
A todos los niveles, el país podría percibir, en los próximos días, ajenos a los discursos interesados y la publicidad engañosa, una verdadera y sensible renovación de precios con tendencia, si no a la baja, por lo menos con una garantía de estabilidad durante un periodo de tiempo prudente.
