Ahora me tocó a mí

Por: Margarita De la Rosa
Aquí, a orillas del mar, busco alivio. Es irónico cómo la naturaleza puede ofrecer paz, mientras el sistema que debería proteger mi salud me sumerge en la angustia más profunda. Llena de rabia, impotencia y ansiedad, espero la llamada de un abogado asignado para representarme ante el atropello cometido por mi prestadora de servicios, SENASA, a la que he estado afiliada durante años, confiando en que, llegado el momento, estaría allí para respaldarme.
Ese momento llegó, con un diagnóstico que cambió mi vida: carcinoma de mama. Un diagnóstico que no espera, que no da tregua, que exige atención urgente y tratamientos costosos. Tras meses de espera, de enviar documentos, de seguir procesos, la respuesta que recibo es una burla a mi dignidad: apenas un 30 % de cobertura para un procedimiento que no solo está contemplado en el catálogo de servicios, sino que ha sido indicado por mi médico tratante con el criterio de necesidad médica.
¿Cómo es posible que el criterio de pertinencia del médico sea desestimado por un burócrata o una normativa ambigua? ¿Cómo puede ser que, a pocas horas de entrar al quirófano, me encuentre rompiéndome la cabeza para conseguir una suma de dinero que no tengo, porque lo que se promociona como cobertura digna en los medios de comunicación, en la realidad, es prácticamente inexistente?
Lo que estoy viviendo no es un simple problema administrativo. Es una violación al derecho fundamental a la salud. Es un reflejo del trato abusivo que muchas personas enfrentan cuando más vulnerables se sienten. No se trata solo de mí: esto le puede pasar a cualquiera. Por eso he recurrido a la Dirección de Información y Defensa del Afiliado (DIDA), porque estoy convencida de que SENASA es pasible de ser demandada por denegación de derechos.
La salud no puede depender de tecnicismos ni de interpretaciones caprichosas. Estoy siendo perjudicada por una cadena de negligencias e indiferencia institucional que ignora el rostro humano detrás de cada expediente. En este momento, me siento más sola que nunca, cargando con la incertidumbre, la ansiedad económica y el miedo de enfrentar una cirugía sin el respaldo pleno del sistema que prometió estar allí para mí.
Lo único que pido es justicia, dignidad y acceso real a los servicios que, como afiliada, merezco. Porque vivir con cáncer ya es bastante difícil. Que el sistema de salud se convierta en un obstáculo más, es inhumano.