A los que hoy les causa una gran sorpresa el desmadre de las aguas del río Yuna, particularmente en la parte baja, deberían hablarles los historiadores.
Esos saben muy bien lo que significaban las crecidas de este río de pronunciada pendiente en su parte alta y de peligrosa amplitud en su parte baja hasta desembocar en la Bahía de Samaná.
Como consecuencia de las malas pasadas que podía presentarles a los que viajaban del Cibao a la parte sur de la isla o a quienes hacían el camino contrario, algunos preferían embarcarse en Santo Domingo y dar la vuelta por el Este para entrar a la región Norte por Samaná.
Por donde hubo agua
Siempre ha sido dicho que las aguas vuelven a caminar por donde antes lo han hecho, pero ocurre que de una generación a otra se pierden los registros de las causas de algunas costumbres, como la de construir las viviendas cerca de las fuentes de agua, pero nunca tanto como para ser alcanzados por las grandes crecidas de los caudales de ríos y arroyos, particularmente cuando estas llegan en las noches, horas bastante complicadas para salvar la vida, salvar los bienes y encontrar auxilio en el vecindario.
Mala costumbre
Ahora se ha impuesto la costumbre de rellenar áreas pantanosas, aprovechar cursos secos de cañadas y arroyos, pero se olvidan que los grandes temporales de primavera y las tormentas del verano en ocasiones están acompañados de tanta agua que pueden resucitar al más dormido de los ríos o al mejor cubierto de los pantanos.
Ahora que mucha gente puede ver las dimensiones de una crecida del Yuna, tal vez esto ayude a ser más preventivos.