El futuro inmediato nos trae grandes retos, que ya se visualizan en el presente, vinculados al agua y la alimentación.
El agua dulce es cada vez más escasa en el mundo, y esta es determinante en la producción agropecuaria. La humanidad tiene el desafío de alimentar a más personas con cada vez menos agua.
La situación de sequía que vivimos hoy no es exclusiva de nuestro país, ni es una “cosa rara”, es más bien una nueva normalidad en la que tenemos que aprender a subsistir.
Afortunadamente existen las tecnologías que permiten hacer esto posible. Con las cuales se puede producir, en algunos rubros, hasta diez veces más con la misma cantidad de agua.
Las dos principales barreras que dificultan masificar el riego tecnificado son: el conocimiento para operarlas y el costo de inversión. El presidente Luis Abinader tuvo la visión, desde que asumió su cargo, de ordenar la creación de una entidad especializada para dotar de capacitación y apoyo económico a los productores de República Dominicana.
Si bien estamos en una posición favorable, aún nos falta que esto pase de ser una voluntad política a ser una política de Estado, una prioridad nacional, y que se le dediquen los esfuerzos y recursos necesarios.
Tenemos la cultura de “poner el candado después que nos roban”, esperando que el problema llegue para comenzar a trabajar la solución, pero en este caso no podemos darnos ese lujo. Los países no siembran cuando tienen hambre, siembran para no padecer hambre.
Del agua depende la alimentación, y de esta depende incluso la democracia y el Estado de derecho.