En Estados Unidos se les llegó a llamar «combatientes de la libertad».
Pero llamarlos guerrilleros fundamentalistas islámicos hubiera sido más apropiado
Grupos guerrilleros locales resistieron durante años la invasión soviética de Afganistán con el apoyo de Washington, que les suministró armas y dinero para entorpecer los objetivos de la URSS, la superpotencia rival.
Según revelaron documentos desclasificados, investigaciones periodísticas y testimonios de los protagonistas años después, los estrategas de Washington buscaban que la Unión Soviética se viera atrapada en Afganistán en un «lodazal» que consumiera vidas, dinero y recursos como el que Estados Unidos había sufrido años antes en la guerra de Vietnam.
Se llamó «Operación Ciclón» y la prensa de la época la describió como la «mayor operación encubierta en la historia de la CIA».
En 1996, solo 8 años después del inicio de la retirada de las tropas soviéticas, los talibanes conquistaban Kabul e imponían en Afganistán un régimen integrista islámico condenado a nivel mundial por sus violaciones de los derechos humanos.
¿Contribuyó la ayuda de Estados Unidos a su victoria?
Cómo empezó todo
En la primavera de 1979, más de 30.000 efectivos militares de la URSS, apoyados por aviones y carros de combate, comenzaron su despliegue en Afganistán en apoyo al gobierno «revolucionario» de Kabul.
Un año antes, la llamada Revolución de Saur había instaurado en Afganistán un estado socialista que se enfrentaba a una creciente resistencia de milicias islamistas locales, formadas por muyahidines, como se llama según la tradición islámica a quienes combaten en la «guerra santa».
Moscú quería apuntalar al Estado socialista afgano y al gobierno prosoviético del presidente Babrak Karmal, que enfrentaba una cada vez más virulenta resistencia armada de los muyahidines.
Robert Crews, historiador especializado en Afganistán de la Universidad de Stanford, le dijo a BBC Mundo que «a Estados Unidos le sorprendió con la guardia baja, pese a que llevaba compitiendo con la URSS por proyectos de construcción e infraestructuras en suelo afgano desde la década de 1950″.
En ese contexto, Zbigniew Brzezinski, consejero de Seguridad Nacional, y otros asesores persuadieron al presidente Jimmy Carter de que una operación encubierta para equipar y armar a la insurgencia afgana era buena idea.
Empezó así uno de los conflictos típicos de la Guerra Fría, en la que Estados Unidos y la Unión Soviética compitieron por el dominio del mundo, pero nunca se enfrentaron directamente en el campo de batalla, sino mediante el apoyo a algunos de los contendientes en guerras en terceros países. En inglés se conoce como «proxy wars».
Murad Shishani, experto en milicias yihadistas de la BBC, explica que en la de Afganistán «Estados Unidos apoyó la yihad para derrotar al enemigo soviético».
Cómo se llevó a cabo la Operación Ciclón
Al principio, la Operación Ciclón solo suministró a los rebeldes viejo armamento de fabricación soviética, como fusiles AK-47, y se limitó a reclutar combatientes voluntarios y aportaciones económicas en diversos países árabes.
«De esa manera, Washington podía negar su participación», señala Crews.
Arabia Saudita fue uno de los más activos, aunque el Egipto de Anwar el-Sadat y otros contribuyeron al esfuerzo en pro de los muyahidines.
El plan requirió de la colaboración de los servicios de inteligencia de Pakistán, desde donde actuaban muchos de los grupos yihadistas.
Un ejemplo de cómo operaba lo dio el congresista estadounidense Hub R. Reese, que reveló en 1988 que había entregado 700 mulas de Tennessee en una base militar en Kentucky para ser enviadas a Pakistán.
El apoyo estadounidense se hizo más decidido y abierto con Ronald Reagan en la Casa Blanca.
Un lobby cada vez más poderoso en Washington reclamaba intensificar la ayuda a los muyahidines, cuyos líderes se quejaban de que las armas entregadas no bastaban para frenar a los soviéticos.
En 1984 el Congreso aprobó una resolución sobre Afganistán que afirmaba que «sería indefendible proveer a los combatientes de la libertad con la ayuda suficiente solo para luchar y morir, y no para impulsar la causa de la libertad».
Reagan llegó a recibir a una delegación de líderes yihadistas en el Despacho Oval y en su discurso sobre el Estado de la Unión de 1986 lanzó un mensaje a los rebeldes afganos: «No están solos, combatientes de la libertad. Estados Unidos los apoyará«.
Pero Reagan hizo algo mucho más importante. Aprobó la entrega a los guerrilleros de unidades del lanzamisiles portátil Stinger, una decisión que se revelaría clave.
Ocultos en las escarpadas montañas afganas, los muyahidines pudieron entonces derribar los helicópteros soviéticos y el equilibrio de fuerzas en el terreno cambió rápidamente.
El senador demócrata Charles Wilson, uno de los que más activamente abogaban por una mayor implicación de Washington en Afganistán, declaró que los congresistas estaban «asombrados por el éxito del Stinger».
En septiembre de 1988, después de 9 años de intervención, el premier soviético, Mijaíl Gorbachov, ordenó la retirada de las fuerzas soviéticas de Afganistán, que quedó sumida en una guerra civil entre las diversas facciones del país y un gobierno que, sin el apoyo de la URSS, no tardó en caer.
¿Se beneficiaron los talibanes del apoyo de Estados Unidos?
«Existe una teoría de la conspiración que afirma que Estados Unidos apoyó al movimiento talibán para beneficiarse de lo que vino después», señala Murad Shishani. «Pero ese no es el caso»
En realidad, los talibanes no aparecieron hasta 1994 en la ciudad sureña de Kandahar, donde pronto ganaron popularidad presentándose como una suerte de estudiantes-guerreros cuyas filas se nutrían de jóvenes de la etnia pastún que fueron formados en escuelas coránicas.
«Cuando surge el talibán ya había caído la URSS, pero es cierto que algunos de los líderes que lo fundaron estuvieron entre los señores de la guerra que recibieron la ayuda estadounidense en la guerra contra la URSS», dice Shishani.
Vencer a la URSS era el gran objetivo de Estados Unido entonces, y como recuerda Shishani, «el término yihadista no tenía las connotaciones negativas que ha adquirido después», por la sangrienta acción de grupos como al-Qaeda y Estado Islámico.
«Estados Unidos metía armas en Afganistán, pero en realidad muchos países lo hacían«, subraya.
Robert Crews recuerda que cuando el talibán apareció en Kandahar se presentó como «una fuerza nueva y pura que quería combatir todo lo anterior» e indica que sus líderes originales no estuvieron entre los principales beneficiarios de la ayuda estadounidense.
Sin embargo, el éxito del talibán se basó en parte en sus promesas de restablecer el orden e instaurar un islam limpio y tradicional, y se beneficiaron de un clima en el que, en palabras de Crews, «la ayuda de Estados Unidos y la victoria contra la URSS habían contribuido a crear una especie de utopía yihadista«.
Qué balance se hace en Estados Unidos
La retirada de Afganistán fue vista como el preámbulo a la caída de la URSS y el fin de la Guerra Fría, y en la década de 1990 Estados Unidos vivió el apogeo de su poder como gran potencia indiscutida hasta la emergencia posterior de China.
Robert Gates, ex secretario de Defensa de EE.UU. y funcionario de la CIA cuando se concibió la Operación Ciclón, escribió años después un libro sobre los presidentes que «ganaron la Guerra Fría».
Pero si la Guerra Fría había terminado, la guerra civil afgana siguió llenando de muertos un país ahora lejos de las prioridades de los estrategas estadounidenses.
«En la Guerra Civil afgana Washington optó por el silencio, también en lo que se refería a las violaciones de los derechos humanos de algunos de los grupos de muyahidines a los que había apoyado», indica Crews.
El experto compara el apoyo a la resistencia antisoviética en Afganistán con el que se dio a otros movimientos armados que lucharon contra gobiernos declarados de izquierda en otros países en la misma época, como la Contra que luchó contra el Frente Sandinista en Nicaragua.
A su juicio, esta política revela que «para las élites de Washington las poblaciones de otros países son solo recursos para la consecución de sus intereses».
Quienes diseñaron la Operación Ciclón nunca dieron muestras de arrepentirse. El ex consejero Brzezinski lo dejó claro en una entrevista al semanario francés «Le Nouvel Observateur».
Cuando le preguntaron si se arrepentía del apoyo a los yihadistas respondió con otra pregunta: «¿Qué es más importante en la historia universal? ¿El talibán o el colapso del imperio soviético?».