Las situaciones que estamos viendo en el mundo presagian momentos muy difíciles para la humanidad y con mayor gravedad para las naciones en vía de desarrollo como la República Dominicana.
Nuestro país es una de las economías más abiertas de la región, lo cual por años le ha permitido crecer de manera envidiable frente a las demás naciones de América Latina y el Caribe.
Incluso en las actuales coyunturas estará entre los tres países del Continente de mayor crecimiento.
Ahora viene el desagradable pero.
Esa misma apertura, tan positiva hasta ahora, también vuelve al país más vulnerable cuando se presentan crisis globales, como la que ahora vivimos.
Medidas macroeconómicas internas han permitido compensar los efectos de la inflación, pero como quiera restringe la capacidad de consumo de la gente, pues se reduce el dinero que circula en la mano de la gente.
La pandemia del Covid-19 tuvo efectos en la economía, similares a los de cualquier conflicto bélico de escala mundial y cuando empieza a menguar y dar paso a la recuperación se produce una guerra que tiene al mundo en ascuas.
El presagio para la economía dominicana es preocupante, con el agravante de que las autoridades nacionales solo podrán adoptar medidas compensatorias.
Los combustibles, con su consecuente impacto en la energía, se han disparado por las nubes; los commodities alimenticios han alcanzado sus mayores niveles en décadas. Todo eso deja menos dinero en mano de los dominicanos que alimentan las remesas y también reduce la actividad turística: dos de los pilares de la recuperación económica dominicana y paliativos a la inflación.
El panorama presagia una economía de guerra, la cual implica medidas restrictivas y sacrificios diversos.
República Dominicana puede verse envuelta en una inesperada crisis, con pocas herramientas para contenerla.
Se requerirá mucha madurez de todos los actores sociales dominicanos para sobrellevar la situación que atormenta al mundo.