No hay nada más reconfortante que rodearte de personas a las que admiras. Por un lado es un sentimiento genuino de orgullo, de mirar a esa persona y llenarte de alegría por sus logros.
Después es el camino más completo hacia el aprendizaje positivo, porque cuando admiras a alguien lo tienes como ejemplo, como mentor y absorbes todo aquello que te va a nutrir como persona.
Hoy en día se mueve mucho la competitividad, el ver al otro más como una posible amenaza que como alguien con el que puedas caminar hacia el mismo destino aunque sea de diferentes formas.
Eso hace que siempre estemos más con la expectativa de crítica que de reconocimiento. Ver en los demás todo lo bueno que tienen, hace que tú aprendas y crezcas, verlos como alguien a quien derrumbar y solo aquello negativo hace que siempre estés con una alerta que no te permite ver la imagen completa.
No se trata de ir por la vida como si todo el mundo fuera maravilloso, no existe tal cosa, pero si estás seguro de ti mismo, de tus capacidades, de tus acciones, cualquier persona que se coloque a tu lado no será una amenaza será una oportunidad de crecimiento.
Y es ahí cuando encuentras esas personas de las que sentirte profundamente orgulloso y que se convierten en un referente en muchas cosas, sin olvidar el hecho de que sus éxitos te harán feliz y, definitivamente, alegrarte por lo que logran otros te hará ver la vida con un prisma real y efectivamente positivo.
Ver la vida como una carrera de fondo no está mal, porque hace que te esfuerces, pero ir dejando a los compañeros en el camino sin darles la oportunidad de nutrirte sólo logra que llegues a la meta solo, ¿para qué entonces?