La sociedad dominicana se une a la comunidad religiosa, a cada niño y niña que alcanzó una vida sana como adulto, gracias a las acciones humanitarias del padre Luis Rosario; y llora y lamenta, con profundo pesar el vacío que deja.
Antes de partir, el reverendo padre Luis Rosario tomó la medida de precaución de dejar su testamento; y en él repartió múltiples deseos y sueños de alto valor para las almas que quieran acogerlos.
“No quiero flores”, dijo. Y planteó que ese dinero se emplee en una causa mayor, de gran beneficio humanitario. En la compra de comida, por ejemplo, “para tantos niños y niñas abandonados, acogidos, con grandísimo sacrificio, por gente que se ha entregado a hacer de zánganos de padres irresponsables, por amor a la vida”.
El reverendo Luis Rosario se merece, como sacerdote de grandes virtudes, un decreto de tres días de duelo ante su partida, pero él, en vida escribió que prefiere del presidente de la República que apoye tres días de amnistía, “para ver si a algunos de los cientos de miles de gente sin nombre y nacionalidad, sin actas de nacimiento, que hay en el país, se les da la oportunidad de llegar a ser gente, al menos bajo el punto de vista legal”.
La iglesia católica, con el último adiós al reverendo padre Luis Rosario, pierde una de las voces más vigorosas en defensa de las grandes causas religiosas y sociales. Su voz se apaga y, con su partida, la antorcha queda en manos de otros religiosos que seguirán su ejemplo. Paz a su alma, y que Dios lo acoja en el lugar de privilegios celestiales que por sus altas virtudes merece.