Sorprende y entristece el profuso incremento de las adicciones en la población mundial. Ahora, además de la eterna lucha de validación de la vieja adhesión a los cigarrillos, alcohol y drogas, se suman las novedades del milenio: televisión, comida, teléfonos, computadoras, consumismo, redes sociales y cualquier otra modalidad que se promueva desde un pequeño grupo hacia las masas, volviéndose viral.
Ese grupo que invierte en las estructuras para el aprendizaje, no así para el principal insumo, que forma y modela el carácter, los valores y las ideologías, promueve un ahora y no un después, inyectando en el tuétano de los huesos la idea de que la vida es una y hay que vivirla como nos plazca, “porque es nuestra y nos lo merecemos”… Ese mensaje subliminal que llega a través de todos los medios creados y posibles, está enagenando los sentidos, fabricando personas más individualistas.
Lo que se ha considerado como fruto de la modernidad, mirado a través del espejismo de la abundancia, se ha convertido en una pandemia de adicciones de niveles impredecibles, donde millones de personas están viviendo la máxima experiencia de pérdida de control.
Las adicciones están socavando el tejido familiar y social, y los jóvenes son los principales soldados de este ejército de sombis que se creen súper poderosos sobre sustancias y emociones que creen controlar… cuando la verdad es que ellos son cegados y manejados como ovejas camino al matadero.
Creer que tenemos el control es el error más grande, pues no nos permite ver la realidad que se va tejiendo en nuestro interior y que nos pasará factura con el correr de los años. Recuerde que cuando algo se vuelve necesidad imperiosa, ya es una adicción.