La aversión o rechazo al otro extranjero se debe a que es diferente al otro nativo. La ola del sentimiento antiinmigratorio es una fobia patológica concreta, expresada en el odio -o miedo- al extranjero (xenofobia), especialmente al pobre.
No al negro ni al mestizo sino al pobre.
Esto tiene sus orígenes y sus manifestaciones en un ethos social, arraigado en el inconsciente individual, que ha sido manipulado con propósitos electorales, en algunos países, por lo que constituye así un problema político de carácter antropológico y sociológico, y un reto para las democracias liberales.
Hoy el tema de la xenofobia y el racismo ocupa el centro de gravedad del debate político mundial. La diáspora económica y los refugiados políticos son agentes que conforman una problemática para los Estados.
La amenaza proviene de los pobres, no de los turistas, pues estos están de tránsito: consumen y no son una carga social ni representan un problema legal para los países.
Los pobres siempre serán los chivos expiatorios. El tema tiene profundas raíces biológicas, antropológicas, sociales y culturales. “Todos los seres humanos somos aporófobos”- dice Adela Cortina, filósofa española, especialista en ética-, “es decir: tenemos odio a los pobres”. O a ser pobres.
Este concepto es desarrollado por esta pensadora moral para definir y pensar el fenómeno de la fobia al pobre. La aporofobia -o miedo al pobre- es un neologismo acuñado por Cortina, que impacta y define al sujeto que representa la pobreza.
Como los pobres no pueden dar sino recibir o pedir, representan siempre una amenaza, -o un malestar- que las elites rechazan, pues rompen las normas de convivencia social. De ahí que el problema no son los ricos sino los pobres, quienes encarnan la culpa ancestral y el pecado.
Es esencial crear políticas públicas que garanticen un Estado de bienestar que defiendan los derechos de los pobres y sus causas para poder atenuar las desigualdades sociales, a sabiendas de que la pobreza total no será erradicada del mundo.
Hay que fortalecer el discurso no tanto de la igualdad como el del respeto a las desigualdades. Se impone estimular la educación como antídoto que enaltece la solidaridad y la compasión.
El peligro -y la paradoja- hoy es que el discurso xenófobo está siendo asumido por los jóvenes.
Y esa realidad es una bomba de tiempo.
Acaso la raíz haya que buscarla en el cansancio y la parálisis de los modelos democráticos inclusivos. En efecto, hay un malestar social que se ha generalizado en Europa y Estados Unidos.
La explicación de estos males es un chivo expiatorio que ha sido el causante de grandes catástrofes como el holocausto judío.
La razón del advenimiento de la xenofobia habría que buscarla en el olvido.
Los norteamericanos fueron inmigrantes. Los que no proceden de un sustrato indígena autóctono, provienen de inmigrantes europeos o africanos. Como dijo Carlos Fuentes: “Los mexicanos provienen de los aztecas, los peruanos de los incas, y los argentinos de los barcos”.
Los nuevos inmigrantes latinos en EE. UU. ya no quieren más inmigrantes, pues les reducen las ofertas de empleo. Y de ahí su rechazo a la nueva ola inmigratoria.
Este olvido tiene la forma del egoísmo tribal. En vez de la solidaridad a los nuevos inmigrantes, el rechazo; y por eso el gran voto latino que obtuvo Donald Trump, de esos exiliados -o autoexiliados- económicos que no quieren perder sus empleos.
Apoyaron a Trump en las elecciones pues quieren tener un futuro más seguro, y por ende, odian -o temen- al nuevo ejército de desempleados, que lo engrosarían los futuros inmigrantes.