El 24 de abril de 1965 un puñado de oficiales intentó reponer a Bosch como presidente, año y medio tras su gobierno sietemesino.

Su sedición fue rechazada por las Fuerzas Armadas y gran parte del pueblo. Entonces esos boschistas repartieron armas a civiles.

El día 28 hubo una intervención militar de Estados Unidos y la OEA. La guerra duró hasta el 3 de septiembre. Las tropas extranjeras paradójicamente evitaron que los militares antiboschistas aplastaran a los revolucionarios en su diminuto reducto capitaleño.

Los gringos salieron tras las elecciones de 1966. Con tanta potencialidad para la epopeya, esa revolución terminó tal cual fue, un concurso de incompetencia política en que ningún participante dominicano ganó. Sólo Balaguer los paseó a todos…

Es pura locura cómo muchos revolucionarios, boschistas y combatientes constitucionalistas siguen peleando y chismeando desde 1965. Si esa izquierda díscola tuviera tanto seso como delusión sobre su importancia, buscara conectar con los votantes o construir un discurso atractivo, sin insistir en disfrazar fracasos como triunfos inexistentes.

Arguyendo falsos heroísmos, matándose entre sí y a otros, rogando favores del Estado a título dudoso, quedaron anulados hasta la insignificancia.

Mientras, los demás construían nuestra nación. Esa resurrección democrática es lo que debemos celebrar cada 24 de abril.