¡Abran bien el ojo!

 ¡Abran bien el ojo!

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¡Abran bien el ojo!
Cada vez que reproduzco en esta columna alguna colaboración de mis lectores recibida por internet, corro el riesgo de que la misma haya dado ya diez o doce vueltas al mundo y sea algo requetesabido por todos. Pero aún así, hay temas que merecen ser repetidos una y otra vez, y la historia que les cuento a continuación, remitida por Thomas Terrero, es una de ellas:

“Hace aproximadamente un mes se encontraba una mujer a la entrada de Unicentro distribuyendo volantes a todas las mujeres que pasaban por ahí. La mujer había escrito en el volante una experiencia que tuvo para prevenir a otras tantas.

“El día anterior esta mujer había terminado sus compras y se dirigió a su carro, descubriendo una llanta pinchada. Sacó el gato del baúl para cambiarla. Se acercó un joven señor, vestido con traje, aparentemente todo un ejecutivo, portando un portafolio, y le dijo: -Noté que trata de cambiar la llanta pinchada, ¿le gustaría que le ayude?

“La mujer, agradecida, aceptó la oferta. Charlaron cordialmente mientras el hombre cambiaba la llanta; entonces introdujo la llanta pinchada en el baúl, así como el gato, y se sacudió sus manos en señal de que había terminado. La mujer le agradeció profundamente la ayuda e iba a subir a su carro cuando el hombre le preguntó si podría acercarlo a su carro, que se encontraba al otro lado del centro comercial.

“Ella se sorprendió y le preguntó por qué su carro se encontraba del otro lado. Él le explicó que había quedado en verse con un viejo amigo de ese lado del centro comercial y que había tomado una salida equivocada, motivo por el cual se encontraba de ese lado. La mujer odiaba decirle un no después de que tan amablemente la ayudó, pero presintió algo.

 Entonces ella recordó haberlo visto meter su maletín en el baúl cuando entró la llanta para guardarla. Le contestó que con mucho gusto lo llevaría, pero que acababa de recordar que había olvidado comprar algo, que no tardaría, sólo le tomaría unos cuantos minutos y que podría aguardarla sentado dentro del carro, pues sería lo más rápida posible.

“Ella tomó el tiquete del parqueadero, su bolso y las llaves del carro y entró nuevamente al centro comercial, comentándole a un guardia de seguridad lo sucedido. El guardia salió con ella y se dirigieron a su carro, pero el hombre ya no estaba. Abrieron el baúl, ella sacó el portafolio y llamaron a la Policía.

Un  policía lo abrió y ¡cuál fue su sorpresa!, dentro encontraron una soga, cinta adhesiva y navajas. Cuando la Policía revisó la llanta pinchada, no encontró ninguna pinchadura, simple y sencillamente le habían sacado el aire. Eran obvias las malas intenciones del hombre.”

Conclusión: no acepten ayuda de desconocidos. ¡Abran el ojo, que la delincuencia acecha!



El Día

Periódico independiente.

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