Por muchas razones, justas e injustas, la abogacía es una de las profesiones con peor reputación. No debe extrañar porque, al margen del mal comportamiento de algunos abogados, lo cierto es que el sistema de justicia funciona con una lógica muy distinta a la que impulsa a quien acude a él. Ni el lenguaje es el mismo, ni las soluciones son perfectas. De tal forma que muchas veces quien gana el pleito siente que también ha perdido. No en vano, uno de los axiomas de la profesión es que más vale un mal arreglo que un buen pleito.
Pero entre todas las disciplinas, la que peor parte lleva reputacionalmente es la penal. Las razones son evidentes: las más de las veces, los abogados penalistas representan a personas que muchos consideran culpables antes del juicio. Claro está que, ante el trance de una acusación penal, incluso sus detractores buscarán la asistencia de un penalista, pero esta incongruencia es sólo una de las injusticias que se comete contra estos profesionales.
Dada la naturaleza de los conflictos en los que interviene, el penalista está desprovisto del glamour que caracteriza otras disciplinas, muy compatibles con la vistosidad de eventos jurídicos que parecen más espectáculo que otra cosa. El penalista tampoco ejerce su profesión en salas de reuniones con hermosas vistas de la ciudad. Al contrario, debe hacerlo en vetustos, incómodos y calurosos palacios de justicia. Todo esto con hora de entrada, pero sin hora clara de salida.
En parte por esos motivos, el Derecho Penal como espacio para profesionales con sobrados talento y capacidad de trabajo, pero sin los contactos que pudieran fácilmente ubicarlos en ramas de la profesión más cómodas y elegantes.
Quiero dar testimonio que si algo he ganado en mis incursiones en el Derecho Penal ha sido conocer a tantos colegas admirables. Solidarios, trabajadores, elocuentes, con formación académica, inteligencia práctica y capacidad lógica formidables. Son adversarios temibles, y compañeros entrañables. Muchas veces ambas cosas a la vez.
Su ejercicio es el más sacrificado que he visto en la profesión, y puedo decir que todos los días aprendo mucho de ellos.
Pienso que, si las cosas fueran más justas, o el mundo algo distinto, la sociedad los apreciara más. En lo que eso ocurre, yo, con una admiración y respeto crecientes, me congratulo de poder ser testigo de su trabajo.