A tiempo para el consenso: migración, seguridad y frontera

El liderazgo político dominicano ha demostrado, en diversas coyunturas de su historia reciente, una capacidad notable para concertar cuando las circunstancias así lo han requerido. Esa vocación por el diálogo ha sido una de las piedras angulares sobre las que se ha sostenido la estabilidad política y económica del país en los últimos años.
No han sido pocas las veces en que, a pesar de diferencias partidarias que parecían irreconciliables, se impuso la voluntad de colocar los intereses del país por encima de las rivalidades.
En ese proceso, la figura de monseñor Agripino Núñez Collado jugó un rol esencial. Su autoridad moral, y su cercanía con sectores de poder dentro y fuera del Estado, lo convirtieron en un mediador confiable.
Fue esa capacidad la que inspiró al entonces presidente Leonel Fernández a crear el Consejo Económico y Social (CES), una entidad que, tras la reforma constitucional de 2010, alcanzó rango constitucional.
Hoy enfrentamos un desafío distinto, pero no menos complejo: la crisis haitiana y su impacto directo sobre República Dominicana. La creciente inseguridad y el colapso institucional en Haití han empujado a miles de ciudadanos a buscar refugio en nuestro país.
Más allá del drama humano, esta migración irregular ha impactado áreas clave como la salud, el empleo y el uso del suelo. La situación ha llegado a puntos críticos, como el caso de Friusa, donde el asentamiento masivo de migrantes ilegales plantea preocupaciones legítimas sobre la soberanía y la estabilidad.
La respuesta del gobierno del presidente Luis Abinader ha sido firme: una política migratoria más agresiva, expresada en repatriaciones masivas y restricciones en el acceso a servicios públicos, especialmente de salud. Sin embargo, aún hay dos flancos abiertos que exigen atención: la vulnerabilidad de nuestra frontera y el acceso de los migrantes al mercado laboral.
José Ricardo Taveras, ex director general de Migración, ha sido certero al describir la frontera como una “puerta giratoria”, una metáfora que revela la fragilidad de nuestros mecanismos de control. Mientras expulsamos por un lado, vuelven a entrar por otro. Si no se resuelve este problema estructural, cualquier política migratoria estará condenada a la ineficacia.
En ese sentido, el encuentro del presidente Abinader con los expresidentes Leonel Fernández, Danilo Medina e Hipólito Mejía, representa un paso correcto. Todos ellos, en sus respectivos mandatos, enfrentaron el desafío de la migración haitiana.
Su experiencia puede enriquecer una política de Estado que contemple todas las aristas del problema, especialmente aquellas vinculadas a la seguridad nacional, como el accionar de las bandas armadas que operan libremente en Haití.
Es de esperar que los resultados de ese encuentro, realizado en la sede del Ministerio de Defensa, no sólo se hayan limitado a compartir información de inteligencia sobre estas bandas y los planes de la comunidad internacional. No hay forma de diseñar una política migratoria efectiva sin atender primero las condiciones de seguridad en la frontera.
Pero aún falta otro paso igual de importante: un diálogo directo con los sectores empresariales, en especial los vinculados a la agropecuaria y la construcción, que desde hace años dependen en gran medida de la mano de obra haitiana.
La solución a este problema no puede comprometer la productividad ni la estabilidad de esos dos pilares de nuestra economía.
Se impone una segunda cumbre, esta vez con los empresarios de ambos sectores, para diseñar esquemas realistas de contratación que garanticen el orden migratorio sin sacrificar el dinamismo productivo.
Concertar ha sido siempre una de nuestras fortalezas. En este momento, más que nunca, el país necesita que esa capacidad de diálogo se traduzca en políticas eficaces, consensuadas y sostenibles. La frontera, la seguridad y el empleo deben abordarse con la misma madurez que en el pasado nos ha permitido sortear desafíos mayores. La hora de hacerlo es ahora.
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